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Carta a José Pacheco

Publicada en la revista Contemporánea Nº 4, Lisboa, 1922. Es una respuesta de Alvaro de Campos al artículo de Pessoa «Antonio Botto y el ideal estético en Portugal» publicado en el Nº 3 de la revista.


Newcastle-on-Tyne, 17 Octubre de 1922

Mi querido José Pacheco:

Vengo a escribirle para felicitarlo por su Contemporánea, para decirle que no tengo nada escrito y para poner algunas objeciones al artículo de Fernando Pessoa.

Quisiera mandarle también colaboración. Pero, como le dije, no escribo. Fui en tiempos poeta decadente; hoy creo que estoy decadente, y ya no lo soy.

Esto de mí, que es quien más próximo está de mí, a pesar de todo. De usted y de su revista: tengo saudades de nuestro Orpheu que usted continúa subrepticia y felizmente. Estamos, finalmente, todos en el mismo lugar. Parece que variamos sólo con la oscilación de quien se equilibra. Le repito que lo felicito. Juzgaba difícil hacer tanto bien a los ojos en Portugal con una cosa impresa. Juzgo bueno que juzgase mal. Auguro a Contemporánea el futuro que le deseo.

Ahora el artículo de Fernando. Con el intervalo entre la primera palabra de esta carta y la primera palabra de este párrafo, ya casi no recuerdo que es lo que le quería decir del artículo. Tal vez pensase en decir exactamente lo que voy escribir enseguida. En fin, prometí, y digo lo que siento ahora, y según los nervios de este momento.

Continúa Fernando Pessoa con aquella manía, que tantas veces le censuré, de creer que las cosas se prueban. Nada se prueba sino para tener la hipocresía de no afirmar. El raciocinio es una timidez, dos timideces tal vez, siendo la segunda la de tener vergüenza de estar callado.

¡Ideal estético, mi querido José Pacheco, ideal estético! ¿Dónde fue esa frase a buscar sentido? ¿Y que encontró allá cuando lo descubrió? No hay ideales ni estéticas sino en las ilusiones que nos hacemos de ellos. El ideal es un mito de la acción, un estimulante como el opio o la cocaína: sirve para que seamos otros, pero se paga caro: con no ser nosotros quienes podríamos haber sido.

¿Estética, José Pacheco? No hay belleza, como no hay moral, como no hay fórmulas sino para definir compuestos. En la tragedia físico-química a que se llama Vida, esas cosas son como llamas: simples señales de combustión.

La belleza comenzó por ser una explicación que la sexualidad dio a sí misma de preferencias probablemente de origen magnético. Todo es un juego de fuerzas, y en la obra de la arte no hemos de procurar “belleza” o cosa que pueda andar en la posesión de ese nombre. En toda obra humana, o no humana, procuramos sólo dos cosas, fuerza y equilibrio de fuerza: energía y armonía, si usted quiere.

Frente a cualquier obra de cualquier arte –desde la de guardar puercos a la de construir sinfonías– pregunto solamente: ¿cuánta fuerza? ¿Cuánta más fuerza? ¿Cuánta violencia de tendencia? ¿Cuánta violencia refleja de tendencia, violencia de tendencia sobre sí misma, fuerza de la fuerza en no desviarse de su dirección, que es un elemento de su fuerza?

El resto es el mito de las Danaides u otro mito cualquiera, porque todo mito es el de las Danaides, y todo pensamiento (dígaselo a Fernando) llena eternamente un tonel eternamente vacío.

Leí el libro de Botto y me gustó. Me gustó porque el arte de Botto es lo contrario del mío. Si sólo me gustase mi arte, ni mi arte me gustaría, porque varío.

¿Y, aparte de gustarme, por qué me gustó? Es siempre malo preguntar, porque puede haber respuesta. Pero pregunto: ¿por qué me gusto? ¿Hay fuerza, hay equilibrio de fuerza, en las Canciones?

Aplaudo en las Canciones la fuerza que les encuentro. Esa fuerza no veo que tenga que ver con ideales ni con estéticas. Tiene que ver con inmoralidad. Es la inmoralidad absoluta, despejada de dudas. Así hay dirección absoluta, fuerza, por tanto; y hay armonía en no admitir condiciones a esa inmoralidad. Botto tiende con una energía tenaz hacia todo lo inmoral; y tiene la armonía de no tender a cosa alguna. Hallo inútil meter a los griegos en el caso; griego se vería Fernando con ellos si se le apareciesen a pedirle cuentas del barullo de estéticas en que los metió. ¡Los griegos eran estetas allá! Los griegos existieron.

El arte del Botto es enteramente inmoral. No hay célula en él que esté decente. Y eso es una fuerza porque es una no-hipocresía, una no-complicación. Wilde tergiversaba constantemente. Baudelaire formuló una tesis moral de la inmoralidad; dijo que lo malo era bueno por ser malo, y así lo llamó bueno. Botto es más fuerte: da a su inmoralidad razones puramente inmorales, porque no le da ninguna.

Botto tiene esto de fuerte y de firme: que no pide disculpas. Y yo encuentro, y deberé tal vez siempre encontrar, que no pedir disculpas es mejor que tener razón.

No le digo más. Si continuase, me contradiría. Seria abominable, porque tal vez fuese una manera (la inversa) de ser lógico. ¿Quién sabe?

Recuerdo saudosamente –aquí desde el Norte inútil– nuestros tiempos de Orpheu, la antigua camaradería, todo lo que me gustaba en Lisboa, y todo lo que no me gustaba en Lisboa: todo con la misma saudade.

Lo saludo en Distancia Constelada. Esta carta le lleva mi afecto por su revista; no le lleva mí amistad porque usted ya hace mucho tiempo la tiene ahí.

Diga a Fernando Pessoa que no tenga razón.

Un abrazo del camarada amigo

Alvaro de Campos


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