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[La filosofía del paganismo]

[texto dactilografiado con agregados manuscritos, tal vez 1917]

Antonio Mora


Los tiempos nuevos, con el aumento de la erudición extensa y aquella mayor relación con los distantes países antiguos, por la cual esa erudición comprende más culturas o es llevada a comprenderlas, trajeron un nuevo período a la historia de la vida religiosa. Se abandonó aquella restringida crítica del Cristianismo que consistiera principalmente en el análisis racional, a veces torpe y pobre, de sus dogmas, y en la crítica social, a veces estrecha y fría, de sus doctrinas. Aumentó el respeto por las religiones, reconocidas como generales en la humanidad, pero el crédito dado a ésta o aquélla religión disminuyó al ser comparada con las otras. Antes se procuraba hacer conmover la metafísica o la moral del Cristianismo por una crítica directa de ellas; hoy, esa metafísica y esa moral son conmovidas, insensiblemente, indirectamente, por otro proceso: la verificación de que hay muchas otras metafísicas religiosas a las cuales la del Cristianismo no supera en ningún sentido racional, muchas otras éticas que la del Cristianismo no supera en ternura, en belleza o en efecto. Antes el hombre europeo creía o descreía, porque, confrontando solamente con el Cristianismo, o creía en él o en parte de él o en nada. Hoy, el hombre europeo, conocedor de cinco o seis sistemas religiosos, puede descreer del Cristianismo para creer en cualquiera de los otros sistemas; o, no creyendo en ninguno, tiene todavía una visión más amplia de la importancia de la religión para la humanidad, una mayor tolerancia de aquellos mismos abusos y crueldades que casi se consideraban propios del Cristianismo, dado que, como religión, sólo propiamente el Cristianismo, o el hebraísmo anterior, se conocía. Esta emergencia de diversos sistemas religiosos tuvo un resultado particular: el elevar el paganismo de los griegos y de los romanos a la superficie; de un fenómeno muerto del pasado pasó a un fenómeno religioso a ser considerado, en orden lógico, en paralelo con el Cristianismo. Puede decirse que el paganismo dejó de ser anterior al Cristianismo, tomando lugar a su lado, y al lado de todas las demás religiones estudiadas, en un panteón sin jerarquías. Desde ese momento pasó a ser posible un repensamiento del paganismo; y, como el paganismo fue la antigua fe de las culturas que animan a nuestra civilización, pasó a ser posible no sólo repensar, sino hasta reconstruir el paganismo. Una nueva era pagana se volvió posible.

Es de uso corriente, sobre todo entre los secuaces de las sectas crististas, emplear la palabra «pagano» como término descriptivo de ausencia de religión, o como despreciable y bajo materialismo en la vida. Importa, antes que nada, que repudiemos esa aplicación del término, en comparación con la cual podríamos, recordando la Inquisición y las guerras religiosas, describir al Cristianismo como la religión de la crueldad y de la sangre, o, recordando las fiestas de iglesia y las romerías, como la religión de la alegría animal sin devoción ni caridad. Lejos de designar una ausencia de religión, o un bajo materialismo, el paganismo designa un sistema religioso completo, y el bajo materialismo y, más todavía, la falta de religión no pueden ser descriptivos de religión alguna. Sólo cuando se lo considera en absurda relación con la espiritualidad cristiana el paganismo parece un bajo materialismo; pero ni faltó lo que se llama espiritualidad al paganismo, sino en sus bajos ejemplos –de los que hay iguales en el Cristianismo–, ni la espiritualidad es muy acentuada en las poblaciones cristianas. Se compara lo que el paganismo fue con lo que el Cristianismo quería ser; comparación cómoda, pero por la cual se prueba que cualquier cosa es superior a cualquier otra cosa.

El paganismo no es materialista ni es estrecho: es simplemente el concepto del universo que establece, por encima de todo, la existencia de un Destino implacable y abstracto, al que hombres y dioses están igualmente sujetos; abajo de ese destino, la raza de los dioses y la de los hombres, distintas en grado pero no en calidad, ambas compuestas por seres imperfectos, ambas contaminadas de injusticia y de capricho. El paganismo es esto, y de esto derivan todas las fórmulas paganas: la vulgar, que ofrece sacrificios a los dioses e intenta propiciarlos, puesto que, no siendo mejores que nosotros, son, no obstante, más poderosos; la llamada epicureísta, que, considerando que los dioses no cuidan de nosotros y el Destino es inhumano e indivino, halla que la vida no merece otra consideración que un humilde estudio de cómo la podremos pasar con menos dolor –por el placer intenso y breve, o por el largo equilibrio de los placeres –; y la llamada estoica, que cree que al hombre compete, como hombre, someterse al Destino y a los Dioses; como dios virtual, tener el orgullo intelectual de conocer la necesidad de esa sumisión. Puede alegarse que el fondo del paganismo es triste; y en verdad lo es. Pero el pagano es objetivo: ve las cosas y las acepta, no juzga que sirva de algo crear ilusiones para creerse feliz [si no fuesen los misterios (restrictos en su recepción)]. Fue el Cristianismo que trajo a la civilización occidental la necesidad de sustituir el universo. No seríamos injustos si dijéramos que el Cristianismo fue, en la civilización europea, la primera forma conocida del opio o de la cocaína.

Reconocer que no sabemos nada, salvo que hay una ley en todo, ley que se manifiesta ajena a nuestros dolores y a nuestros placeres, más allá del bien y del mal; que somos, abajo de esa ley, juguetes en las manos de fuerzas superiores que no conocen perfección moral, como nosotros no la conocemos entre nosotros; que, visto que sólo el universo objetivo nos fue dado, es en ese universo y conforme a ese universo que debemos vivir nuestra vida, pues, si otras formas de vida pudiéramos tener, a su tiempo las tendremos o nos serán dadas: en esto consiste la religión pagana, o, si se prefiere, la filosofía del paganismo.

Suponen algunos que el paganismo es más alegre que el Cristianismo, otros que es más humano. Ambas suposiciones son falsas: el paganismo es simplemente más objetivo y más lógico que el Cristianismo. El Cristianismo es forzosamente más alegre que el paganismo, porque el Cristianismo promete una felicidad eterna y el paganismo no promete nada; y el Cristianismo es forzosamente más humano que el paganismo, pues el Cristianismo considera al hombre como un valor eterno mientras que el paganismo no lo considera sino como un episodio de la tierra.

El error nace, tal vez, de la gran atención que el paganismo presta al cuerpo humano, por una parte; y, por otra parte, de la insistencia de las sociedades paganas en la vida cívica. Pero la atención dada al cuerpo humano es tan solo un criterio objetivo, la atención dada a la única certeza exterior humana que se posee. Y la atención dada a la vida cívica nada tiene que ver con la «fraternidad» o la «solidaridad» de las que hoy se habla –productos del Cristianismo– sino que tan sólo significa el conocimiento de que el hombre nace en sociedad y ha de conformarse –no por interés, no por amor, ni aun por deber– con la existencia de esa sociedad. El paganismo no es un humanismo: es una aceptación.

La ferocidad materialista de muchos hechos de nuestro tiempo no es paganismo ni siquiera virtualmente: es simplemente anti–Cristianismo.


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