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[La democracia y la evolución del espíritu cristista]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Prolegómenos

El caso del origen (¿sólo?) económico de las recientes transformaciones del espíritu cristista.

La gran presión económica de los tiempos modernos, actuando sobre el proletariado, produjo la democracia; arrojando a la mujer a la lucha económica, causó las funestas doctrinas feministas; volviendo prominente el comercio –porque, con la expansión y la proliferación de las industrias, le amplió las bases- sustituyó con una despreciable inter-permeación pacifista la brutal y saludable interpenetración guerrera de las naciones antiguas, así como, dislocando el nivel de comunicación de la aristocracia (por la inteligencia y por la cultura) hacia la burguesía (por el comercio) rebajó el nivel general de las empresas intelectuales, abatió el prestigio, del que la inteligencia antiguamente gozaba. Tal decadencia en el valor social de la inteligencia estudia el sr. Charles Maurras en su rápido pero interesante esbozo «’Avenir de l’Intelligence».

No fue sólo, sin embargo, la determinación económica la que actuó para crear la democracia moderna. Este funesto fenómeno social nace de la propia evolución del espíritu cristista, evolución, en el caso que se estudia, de pura disolución. La gran prominencia de las industrias en Alemania no creó un estado democrático; y fue porque Alemania estaba tallada, por su espíritu, en lo que había llegado, para tomar sobre sí la parte imperialista del cristismo, en el momento de su disolución, y eso es ahora.

Es necesario que ese elemento industrial actúe sobre fuerzas preparadas para recibir su influencia, para que tengamos los plenos efectos de la disolución humanitaria del Cristianismo.


[La religión helénica]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


I. Introducción

II. Teoría del paganismo

III. El Mal cristiano

IV. El Renacimiento Pagano – Caeiro

V. Conclusión


II. (a) Cada nación tiene un tipo de mentalidad.

(b) La religión fija y revela ese tipo de mentalidad.

(c) Toda religión es tres cosas: (1) una teoría de la realidad, (2) una teoría de valores abstractos de esa teoría de la realidad; (3) una teoría de la socialidad (valores concretos).

(1) El hombre en contacto con lo Exterior,

[…]

(3) el hombre en contacto con los otros hombres.

La religión es, en el fondo, una teoría de las relaciones: de las relaciones abstractas entre las cosas (teoría de la realidad), teoría de las cosas consideradas como no producto nuestro; de las relaciones del hombre con las cosas (teoría de la impresión que las cosas le causan, teoría de los valores humanos de las cosas en general, teoría extra-humana o abstracta de los valores); de las relaciones de los hombres entre sí.

El objetivista, como considera las cosas desde el punto de vista puramente exterior, es politeísta, puesto que, considerando desde el punto de vista exterior, las cosas son, antes que nada, plurales; como se considera a sí mismo exterior, es naturalista, esto es, se considera integrado en ese sistema de cosas y no pudiendo […]; y, como una atención prolongada a las cosas desenvuelve la regularidad de su manifestación […] es determinista y fatalista.


II

La frase donde expreso que es Caeiro el reconstructor del paganismo me obliga a que haga más extenso este prefacio, dado que la frase es incomprensible sin un esclarecimiento previo de lo que sea el paganismo. Tantas son las ideas sobre la materia y con tal igualdad erróneas, que no está de más, aunque este estudio se fuerce, poner en limpio el asunto.

Por paganismo entiendo el paganismo helénico, porque es el único paganismo culturalmente tal.

El paganismo, como todas las religiones, se divide en tres partes, se manifiesta de tres modos:

Es, primero lo que los alemanes llaman una Weltanschauung, un concepto u opinión del mundo. Circunstancias, unas de orden climático y geográfico, otras, de índole histórica y cultural, dan a cada pueblo un modo común de mirar el mundo, un sustrato ideativo común, sin el cual no podrían constituir un pueblo, ni vivir en sociedad. Esta mentalidad instintiva se manifiesta primordialmente en la religión, fenómeno social que es, de los instintivos, el más (próximo) de la inteligencia, y de los comunes a todos el más íntimo y más profundo. Pero es en la religión instintiva donde se manifiesta: en los ritos, mitos y cultos populares; no en los sistemas metafísicos que se apoyan en esos cultos, ni en las otras formas culturales, poéticas u otras, que el culto conserva.

Esa mentalidad sustancial se revela en las artes en general por la forma preferida; en la literatura por el tipo de imágenes y de metáforas, así como […]

En la metafísica es notable esta […] por los defectos, por las limitaciones. (El caso de Parménides y de la esfera).

Por último y más cubierta todavía, no ya sólo por el factor individual, como en el arte y la filosofía, sino todavía por el factor histórico y civilizacional, esa mentalidad se revela en la política: en el tipo de instituciones, en la forma de la política, en el ámbito y género de vida económica, en la fórmula central de relaciones con los otros estados.

La religión helénica –por causas que no importa aquí averiguar cuáles fueron- es sustancialmente objetivista. Esto quiere decir que, con variaciones secundarias y despreciables en función de las regiones a que se extendió, el paganismo helénico es (primero efecto y después causa mantenedora) de un tipo de mentalidad en que la atención está constantemente, característicamente, dirigida hacia lo Exterior. Y, como la primera característica de lo Exterior es la multiplicidad de los objetos –en lo que se contrapone a la unidad que el individuo encuentra cuando, más introspectivo que observador, considera su propia alma-, la primera manifestación característica de una mentalidad objetivista es el politeísmo.

Hasta aquí, sin embargo, la mentalidad griega está de acuerdo con los pueblos salvajes, que son, apenas con variación de grado y de tipo, «politeístas», porque son objetivistas, dado que la introspección, con valor social como tal, es un producto de cierta duración de vida social, de una sucesión de ya algunas generaciones en que el hábito del reposo y el establecimiento de una casta –sacerdotal u otra- con tiempo para pensar, […]

Hablo, no obstante, del politeísmo de los helenos ya civilizados incluso aun en el inicio homérico de su civilización. Puesto que, civilizados, mantuvieron, afirmándolo cada vez más, su politeísmo, tenemos como seguro que el objetivismo no era en los helenos un fenómeno de infancia social, sino, [como ya desde el principio acentuamos] el tipo de su mentalidad.

Pero el objetivismo se caracteriza por una atención prestada predominantemente a lo Exterior. Un objetivismo educado; esto es, de una sociedad ya constituida con posibilidades culturales, es, por lo tanto, una atención educada prestada fundamentalmente a lo Exterior. Y una atención así aplicada descubre rápidamente y se sustenta en tres distinciones: la distinción entre lo Exterior y lo Interior, la distinción entre la naturaleza y el hombre, la distinción entre el hombre y las fuerzas externas que, tanto a él, como a la Naturaleza, obligan, coaccionan, dominan.

No se diga que el subjetivismo establece también distinciones idénticas.

– Respecto a la teoría de valores, el objetivista, colocando el punto de apoyo de su mentalidad fuera de su propio espíritu, sólo presta obediencia a preceptos […]

El heleno es por eso naturalmente cientista en su metafísica, porque busca siempre la explicación de las cosas en la observación de ellas y en la meditación del principio externo (aire, agua, espacio infinito) que les sea sustancia; es naturalmente esteta en su teoría de los valores externos, porque lo que le interesa en las cosas son ellas relativamente a ellas mismas, y no ellas relativamente a él (de donde se ve que el esteticismo moderno nada tiene de pagano salvo la pretensión y el nombre); y es naturalmente político en su teoría de los valores humanos, porque el punto externo de la política es la sociedad constituida, mientras que el punto interno es el alma consciente. Tales son las características del paganismo helénico.

Cientismo en lo que inteligencia; estetismo en lo que emoción; patriotismo e inercia en lo que criterio de acción para la voluntad: tal es el paganismo helénico en los atributos de su sustancia.

III

La religión cristista, fundamento mental de nuestra civilización, se compone, como fenómeno social, de tres elementos: en su mezcla […] De común esos elementos tienen la morbidez, […]

El primer elemento, de donde deriva la metafísica del cristismo, es el neo-platonismo alejandrino, en aquella forma suya más corrupta y difundida que representan Filón el Judío, y, dentro del propio cristismo, los secuaces de la herejía gnóstica. Mezcla de la tendencia especulativa griega, todavía helénicamente precisa pero ya decadentemente abstracta, con el esoterismo cabalístico de los judíos, reforzado todavía, en la metafísica cultural, por el elemento mitraico y el propio esoterismo que desbordó de los misterios paganos, la sustancia metafísica del cristismo es una amalgama de corrupciones de la inteligencia, a la que sólo la tradición del raciocinio griego dio una cierta estabilidad doctrinaria, y el ritualismo mitraico una cierta sugestión popular.

El segundo elemento, de donde deriva la moral del cristismo, es el monoteísmo estrecho e intolerante, el moralismo farisaico, el mesianismo ya desnacionalizado de los hebreos, corrupto ya por la continua intromisión de elementos orientales, en la secuencia, por cierto, de la tradición orientalizante del espiritismo judaico.

El tercer elemento, de donde deriva […]


[Si visitantes de un convento de carmelitas]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Si, visitantes de un convento de carmelitas, en campaña de estudio de uno de esos descalzos, observásemos bien con teoremas de nuestros sentimientos, ¿los juzgaríamos los mismos que lanzaron contra la fría (…) la furia de las cruzadas, y fueron el óleo […] con que se encendió la lámpara de los descubrimientos?

Cuántos de vosotros, instruidos sobre la Revolución Francesa, no sabéis ver que los motivos que la determinaron son los mismos que el Cristianismo (…) que ella es un movimiento cristiano laico, y que, su oposición al Cristianismo es apenas como la parte al todo.

Cuántos de vosotros no veis cómo las ideas, llamadas «modernas», de igualdad social entre hombre y mujer, de igualdad de derechos entre hombre y hombre, de […] tienen origen en el sentimiento que nace en el estertor del imperio romano, entre esclavos, […]

[…] aparte lo que son de características de todas las involuciones de las sociedades, en que la disciplina de las fórmulas necesarias conceda a la molicie de las gentes, y el sentido de las realidades naturales de la sociedad –el principio constructivo, el principio de la guerra- se extingue en la noche con la inteligencia capaz de contrariar, y el sentimiento capaz de estimular?

Excedo lo que debo, y la obra tarda. ¿Cuál es, entonces, la sustancia del paganismo?


[La religión pagana es la más natural de todas las religiones]

[texto dactilografiado, tal vez 1916]

Antonio Mora


Chapter 1 or 2 of R.D. or (???) one point of Artific

Sin que discutamos ahora cuáles sean los fundamentos metafísicos, o de la religión o de una religión especial, basta que, constatada por el sociólogo la necesidad humana del fenómeno religioso para disciplina y orientación de las sociedades, consignemos, como corolario, que la religión que más disciplinará y orientará las sociedades será aquella religión que más próxima esté de la Naturaleza. Esa religión, por estar más próxima de la Naturaleza, más directamente puede actuar sobre los hombres, más los puede influenciar en el sentido de que no se desvíen de las leyes naturales que fundamentalmente rigen la vida humana (ya que rigen toda vida), más puede estimular y dirigir las actividades sociales del espíritu humano, porque menos traba a las otras, dejando, por eso, éstas más libres.

Ahora bien, es demostrable, con facilidad, que la religión llamada pagana es la más natural de todas.

Se apoya esta demostración fácil en tres raciocinios simples.


La religión pagana es politeísta. La naturaleza es plural. La naturaleza, naturalmente, no nos surge como un conjunto, sino como «muchas cosas», como pluralidad de cosas. No podemos afirmar positivamente, sin el auxilio de un raciocinio interviniente, sin la intervención de la inteligencia en la experiencia directa, que exista, verdaderamente, un conjunto llamado Universo, que haya una unidad, una cosa que sea una, designable por naturaleza. La realidad, a nosotros, nos surge directamente plural. El hecho de que refiramos todas nuestras sensaciones a nuestra conciencia individual es el que impone una unificación falsa (experimentalmente falsa) a la pluralidad con que las cosas se nos aparecen. Ahora bien, la religión se nos aparece, se nos presenta, como realidad exterior. Debe por tanto corresponder a la característica fundamental de la realidad exterior. Esa característica es la pluralidad de cosas. La pluralidad de dioses, por tanto, es la primera característica distintiva de una religión que sea natural.

La religión pagana es humana. Los actos de los dioses paganos son actos de los hombres, magnificados; son del mismo género, pero en punto mayor, en punto divino. Los dioses no salen de la humanidad rechazándola, sino excediéndola, como los semidioses. La naturaleza divina, para el pagano, no es antihumana al mismo tiempo que superhumana: es simplemente superhumana. Así, sobre estar de acuerdo con la naturaleza en lo que hace puramente al mundo exterior, la religión pagana está de acuerdo con la naturaleza en lo que hace a la humanidad.

Finalmente, la religión pagana es política. Es decir, es parte de la vida de la ciudad o del estado, no apunta a un universalismo. No busca imponerse a otros pueblos, sino recibir de ellos. Está así de acuerdo con el principio esencial de la civilización que [es] la síntesis en una nación de todas las posibles influencias de todas las otras naciones, criterio del que sólo divergen los criterios estrechamente nacionalistas, que son el provincianismo de la política, y los criterios imperialistas, que son de la decadencia. Nunca se vio nación fuerte ser conservadora, ni nación sana ser imperialista. Quiere imponerse quien no puede ya transformarse. Quiere dar quien ya no puede recibir. Pero quien no puede transformarse, en verdad se estancó; y quien no puede recibir, se estancó también.

Así la religión pagana se encuentra en armonía con los tres puntos naturales en que la humanidad toca: con la propia esencia experimental de la naturaleza entera; con la propia esencia de la naturaleza humana; y con la propia esencia de la naturaleza humana en marcha (en marcha social), esto es, de la naturaleza humana civilizada, esto es, de la civilización.

En las otras religiones conocidas, y que tienen verdaderamente derecho de ciudadanía en la historia humana, hay siempre un alejamiento de esta línea natural: desde el alejamiento máximo del budismo hasta al, menor, aunque grave, del cristismo.

El budismo y, antes de él, la religión de la India representan el tipo más puro de alejamiento de los ideales naturalmente humanos que el coleccionista de enfermedades pueda desear encontrar. Partiendo, clara o oscuramente, del principio des–humano de que la vida es una ilusión, el budista o brahmanista apunta, en su culto religioso, a trascender esa mísera humanidad.

Semejantemente el cristiano...

El politeísmo, natural, si bien oscuramente, a todas las religiones, lejos de ser su elemento grosero, es su elemento humano. El paganismo griego representa el más alto nivel de la evolución humana, [...] para el equilibrio que debe ser la evolución humana, ésta y no otra. Debe ser la evolución hacía la ciencia y no hacía la emoción lo que nos caracterice, diferenciándonos verdaderamente de los animales inferiores. Ahora ¿cómo se manifestará la ciencia, en el campo social, sino en la noción justa de la naturaleza y de las relaciones humanas, en la comprensión de las leyes que rigen a los seres inanimados, a los seres vivos, y a los seres sociales? Fueron los griegos quienes más alto se elevaron en la comprensión científica. Fueron por eso los griegos quienes más lejos fueron en las artes de la civilización.


[Ciudad, Estado, Nación]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Regreso de los Dioses

El concepto pagano de civilización difiere del concepto cristiano, en gran parte, en lo que la vida de una ciudad-estado naturalmente difiere de la vida de una nación-estado. La vida antigua, en verdad, sufría cierta estrechez, cierto rigor psíquico, por condicionamiento del elemento citadino. La ciudad no es el cuerpo natural del estado; lo son, la nación, la provincia grande.

Lo que, de excesivamente rígido e inflexible, constantemente limita la expansión interna de la vida pagana, deriva de esta estructura, por así decir psíquica, de su vida social.

Ciertas consecuencias tienen origen en esta limitación. De este modo, el culto del estado, exagerado en todo el paganismo, no tiene otra causa. La propia Hélade, que, en su parte representativa, era individualista, lo era dentro de duras fronteras.

La única consecuencia saludable del Imperio Romano es que, con su ampliación enorme del estado, obliga a articular los elementos naturales de la cohesión social, que son las naciones. La formación de naciones, contrapuesta a la de meros estados, es lo único que, de útil, los tiempos post-griegos dieron a Grecia. Y la propia Grecia era grande por ser una nación siempre por formar. Virtualmente era una nación con capital en Atenas. No así el estado romano, que fue siempre, desde el inicio, una ciudad estado con colonias en alguna parte.

Cierta estrechez de sensibilidad y de (…) natural en todo el paganismo, y flagrante en Roma, no tiene otra causa. Siendo la ciudad el estado, el estado está siempre presente en el espíritu de los hombres, porque está consustanciado con una cosa visible. Así ejerce una opresión constante sobre los espíritus, privándolos de aquella libertad que les es precisa para los fines superiores de la vida.



Nota: este fragmento contiene la indicación “ex” dentro de un círculo, indicando que debía ser excluido de «El Regreso de los Dioses».


[La lucha por la libertad]

[texto dactilografiado]

Antonio Mora


Regreso de los Dioses

El hecho, sin embargo, es que la libertad en sí nada vale; valen dos cosas relacionadas con ella. La primera es el fin al que apunta, que es la acción útil del espíritu constructivo. La segunda es la conquista de la libertad.

Las grandes épocas de la historia son aquellas en que los pueblos lucharon por la libertad, no aquellas en que la obtuvieron; éstas sólo están encima de las épocas de bajo despotismo, y están encima, tal vez, solamente por el confort, y por nada más. Puede el lector buscar en la historia los ejemplos que quiera. Bastará que citemos uno solo. ¿Cuál es la época más valiosa en la historia inglesa, más productora de grandes hombres y de grandes cosas: la actual, en que la libertad está conquistada, o la que va de la época de Enrique VIII a la de Carlos II, donde se trabaron los combates por la libertad? Incluso la época actual, con las libertades conseguidas, ¿valdrá, en cualquier campo salvo en el de las libertades conseguidas, la época contemporánea de la Revolución Francesa y que acabó, propiamente, en la Reforma Parlamentaria de 1832?

No obstante hay que distinguir. Es fecunda la época en que se combate contra la opresión verdadera, contra una opresión que viola la acción de las leyes sociales; no es fecunda aquella en que se combate contra una opresión que no es, al fin y al cabo, sino la de las propias leyes sociales. Por eso el combate contra Carlos I en Inglaterra fue fecundo, y no lo es el combate contra el capitalismo y contra la propiedad individual, que se intenta hoy.

Libertad es un término negativo: significa ausencia de opresión, ausencia de compulsión directa. Erigir en principios positivos elementos puramente negativos, saludablemente negativos, fue el error de la Revolución Francesa. Por eso todo combate contra la opresión verdadera es un combate por la libertad; mientras que un combate por la opresión supuesta es sólo un combate por la indisciplina.

La libertad, en el sentido de libertad individual, es un error; la libertad que vale es la libertad colectiva, o, mejor, la libertad que consiste en la igualdad ante la ley, en la libertad de cada cual en su ocupación, y en la […]

Pero, una vez conquistada la libertad sana, nadie puede mandar a los pueblos a detener la marcha, que seguidamente comienzan, hacia una libertad mórbida. Mientras haya mundo hay leyes que pesan sobre nosotros, y, creado que sea el espíritu de revuelta, que es de la sustancia del hombre social, no lo podremos (como no podemos) hacerlo parar, habrá ese marcha, conseguida la libertad real, hacia la ficticia, porque, tornada positiva la idea de libertad, ella pronto se presenta como fin, en vez de medio, y el hombre pasa a buscar ser libre en aquellas cosas donde la propia constitución de la sociedad no permite que lo sea. Y así comienza la decadencia. Porque la decadencia es inevitable en las sociedades, como la muerte en todo cuanto vive, y lo que está compuesto de vidas, forzosamente que vive, sea organismo el nombre que le demos, sea persona social, sea otro nombre cualquiera.

El progreso indefinido es uno de los más absurdos, anti-históricos y anti-científicos de los dogmas revolucionarios.


[La libertad de la mujer y de la plebe]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


La abusiva liberación del espíritu naturalmente siervo de la mujer y del plebeyo da siempre resultados desastrosos para la moral y para el orden social.

Espíritus nativamente débiles, e incapaces de inhibición íntima, la mujer y la plebe –como el niño- no pueden ser disciplinados sino exteriormente.

El don de la libertad a la mujer da como resultado la desmoralización social, por donde se quebrantan todas las fuerzas que crean los progresos y las prácticas civilizadas. El don de la libertad al pueblo crea la indisciplina y el desorden, pues el pueblo no sabe usar una cosa que, por su naturaleza, no le pertenece.

Resultan, entre otros, dos de los más hediondos fenómenos sociales: la mujer irreligiosa y el plebeyo irreligioso. Poco se puede descender por debajo de tales abyecciones. Nada indica tanto la falencia íntima de las más elementales fuerzas sociales que la quiebra del espíritu religioso en las partes instintivas de la sociedad.

El absurdo concepto de que es igual al hombre pervierte por completo a la mujer. El estúpido concepto de que es par del aristócrata desvirtúa de todo al plebeyo. Una y otro pierden la noción instintiva de sus papeles (destinos) sociales y se entregan a la búsqueda, o incluso a la estéril posesión, de cosas para que la Naturaleza no los creó, y que, poseídas, con la propia posesión la Naturaleza los castiga.


[Sociología moderna: escolasticismo social]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


La mujer, el niño, la plebe no son susceptibles de disciplina propia; tienen que ser dirigidos y constreñidos. En los tres la emoción o la imaginación predominan sobre el pensamiento. En los tres esa inferioridad resulta de su propia naturaleza. Querer que la mujer y el pueblo alcancen una mayoridad espiritual es querer que dejen de ser lo que son. Es querer que el niño sea adulto en el momento en que es niño. ¡A tan necios deseos y estériles especulaciones conduce la desorientación cristista!

Los bizantinos, que perdían el tiempo versando puntillos de gramática, los escolásticos que se disipaban en sutilezas absurdas, en nada aventajan, en la necedad y esterilidad del esfuerzo, a los hombres modernos, que discuten con minucia sistemas sociales, doctrinas económicas, problemas de pseudo-gobierno, lejos de todo sentido de la realidad y de la vida. ¿Qué es Karl Marx sino un bizantino? ¿Qué es toda la agitación moderna de la sociología sino un escolasticismo en lo social?

Es esto lo que nadie ve. Y todos caen en el mismo error, de tomar como cosas serias sus devaneos sociales, utopías sin belleza siquiera, obras dignas de ser parte de la biblioteca de Pantagruel [?] o de compartir el mismo estante con el De Modo Cacandi de Tartareto.

Las obras de Marx, de (…), de […] ¡Que sería para figurar, con propiedad, en una biblioteca de manicomio!


[La mujer en nuestra época]

[texto dactilografiado]

Antonio Mora


Regreso de los Dioses

Las tres clases más profundamente viciadas, en su misión social, por el influjo de las ideas modernas, son las mujeres, el pueblo y los políticos. La mujer, en nuestra época, se supone con derecho a tener una personalidad; lo que puede parecer «justo», «lógico» y otras cosas parecidas; pero que infelizmente fue dispuesto de otro modo por la naturaleza.


[Los principios paganos del gobierno social]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Regreso de los Dioses

Los principios paganos del gobierno social son:

(1) el derecho de las aristocracias; esto es, la superioridad de los dirigentes natos sobre los dirigidos natos; principio de la desigualdad social;

(2) el derecho del sexo masculino: principio de la desigualdad sexual;

(3) el derecho de las naciones cultas a gobernar a las naciones bárbaras; o sea el principio de la desigualdad nacional.

Para la ejecución de estos derechos es necesario que haya:

(1) orden social, que permita que la fuerza social esté en las minorías educadas; lo que sólo se consigue cuando la norma directriz de las sociedades se encuentra focalizada en sus aristocracias, esto es, cuando es una norma que el pueblo (la plebe) siente pero siente que no comprende;

(2) orden sexual, cuando las circunstancias sociales no tienden a establecer una igualdad de sexos;

(3) orden nacional, cuando la fuerza es de los cultos.

Modernamente sucede la inversión total de este criterio:

(1) por la democracia, que pone el criterio decisivo en el número, no en la inteligencia.

(2) por la presión económica, que, arrojando a las mujeres hacia la vida extra-doméstica, tiende fatalmente a establecer esa igualdad con los hombres.

(3) por el criterio brutal de la fuerza, que tiende a implicar que quien debe mandar es el más fuerte.

Así se alían, en el criterio, los aliados y los alemanes en esta guerra, cada cual representante de una de las fórmulas anárquicas de la decadencia.

Es, como en el imperio decadente, el dominio del esclavo, de la mujer y del soldado. El dominio del esclavo, porque del mayor número; el de la mujer, PORQUE DEL SENTIMIENTO SOBRE LA RAZÓN; el del soldado, porque en la inestabilidad y en la decadencia, manda quien golpea.

Siempre que, en un período social, el sentimiento manda más que la razón, se verá que la mujer tiende a mandar también, de una manera o de otra, por una, u otra, razón. El romanticismo fue una invasión femenina.


[Sociedad, estado, nación]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Regreso de los dioses

La política se divide en tres partes, conforme refiera a la persona social como agrupamiento de individuos formando sociedad, o como organización de ese agrupamiento de individuos de forma que sea estable, y como dinamización de esa organización de modo que esa estabilidad conduzca a lo que se llama un progreso.

En las sociedades existen los principios que le son orgánicos como sociedades, y de cuya manutención depende su vitalidad; que se perturban, cuando se vicia el sentido de su vida, y se ofuscan cuando la decadencia comienza. Existen los principios que le son orgánicos como estados, y de los que depende el aprovechamiento civilizacional que puedan sacar del estado en que, en dado momento, posean los principios anteriores. Y existen, sencillamente, los principios que le son orgánicos como naciones, de los cuales depende […]


El estudio de la política del paganismo incluye, por lo tanto, el estudio de la sociedad pagana, del estado pagano y de la nación pagana.

La sociedad pagana, es claro, en nada es diferente, en lo que estrictamente sociedad, a otra sociedad cualquiera. Lo que hace que un grupo de individuos sea una sociedad y no un mero grupo de individuos, es común a todas las sociedades. Constituye su vida, propia y abstractamente tal, y no la perfección del grupo que vive esa vida. Pero lo que difiere de sociedad en sociedad (solamente en lo que sociedad) es el grado de vitalidad que cada cual tiene, y ese ser mayor o menor depende de su más o menos perfecta comprobación con las reglas fundamentales, abstractas (por así decir) de la vida de las sociedades todas, solamente en lo que sociedades, y no estados o naciones.

La esencia de la vida social y de su vitalidad es la Ley; la medida de la vitalidad es el cumplimiento de la Ley, la igualdad que realmente hay frente a la Ley. Una sociedad puede tener una organización perfecta y no cumplirse los dictámenes establecidos por esa organización; como un hombre puede tener una exacta noción de la virtud, y vivir en el vicio.

¿Cuál es el género de sociedad que más vital deber ser? Aquel que más igualdad consiga frente a la ley, no en la Ley, sino en su aplicación en aquello que dependa del estado moral de los ciudadanos y no de las penalidades escritas (y por ventura no, o mal, aplicadas) o de las restricciones legales (por ventura arbitrariamente escritas para unos y olvidadas para otros).

Ahora, la perfección en la observancia de la Ley depende de tres cosas: 1º del estado por así decir orgánico de la sociedad, que trasciende los meros cálculos y apreciaciones y depende de la acción de las leyes oscuras que rigen la vida, la vitalidad y la muerte de todas las cosas que nacen, que viven y que perecen. Pero en parte depende también de la vitalidad y perfección vital de las instituciones (esto es, de la sociedad como estado) y de la fuerza del espíritu cívico de los ciudadanos. Depende también de estos dos elementos porque una vitalidad fuerte es una fuerte adaptación a las condiciones de la vida, y esta nace de una noción exacta (instintiva o consciente) de cuáles son esas condiciones; pero como esa noción y cuando es justa provoca instituciones de acuerdo con las condiciones esenciales de la vida; –y como la observancia de la ley depende del estado moral de la sociedad, el estado moral en gran parte del espíritu cívico- de la justicia y de la desigualdad cívicas (dado que el hombre sea un «animal político» y un ente que actúa por los otros), viene a ser verdad que cuanto más fuerte y puro el instinto cívico y nacional mejor las condiciones para que el instinto moral individual sea fuerte y puro también; y eso depende de una fuerte adaptación al fenómeno nacionalista […]

Y el estado moral depende, en gran parte, de la conciencia social del individuo, y ésta, en gran parte, sino del todo, deriva de la cohesión social; ésta, finalmente, sobre todo de la cohesión nacional.

De modo que la vitalidad de las sociedades deriva de tres cosas, porque a través de ellas se expresa.

La única condición pre-estadual, pre-nacional para que haya igualdad frente a la ley, es la simplicidad de las leyes. Se dirá que esa simplicidad no es posible sino en una sociedad que no es compleja. Pero como una sociedad que es compleja es una sociedad donde hay un mayor número de fuerzas en interacción; como un mayor número de fuerzas en interacción produce un mayor número de desintegraciones; y como un mayor número de desintegraciones produce un mayor número de fenómenos de decadencia; se concluye que, al final, precisamente la simplicidad social dificulta la decadencia. Se dirá que la simplicidad, que dificulta la decadencia, lo hace al precio de dificultar también la civilización. Aquí damos en un punto que, por mal esclarecido, cumple destrincar bien; sin lo que iremos de error en error hasta un desvío total de la verdad.

La complejidad social puede ser de tres géneros; porque puede nacer de la complejidad institucional; o de la complejidad económica (como en nuestro tiempo); o de la complejidad individual, fruto de la fácil variación histórico-psíquica de las co-influencias de hereditariedad y variación dentro del lazo social. La distinción entre las tres especies (géneros) de variación será más clara, si reparamos en la perfecta desemejanza de sus efectos.

La indisciplina, la perturbación social puede producir el efecto de complejidad. En realidad nada hay más simple que la anarquía, por complejas que hayan sido, acaso, sus causas.

En resumen: La vitalidad de una sociedad depende de su adaptación a los principios reguladores de la vida de las sociedades. Esa vitalidad se expresa de tres maneras: a través de la sociedad como sociedad; a través de la sociedad como estado; y a través de la sociedad como nación. Una sociedad es tanto más fuerte cuanto más general es la observancia de las reglas (religiosas) y morales, y legales que constituyen su fundamento; y esa observancia es tanto más fácil cuanto más esas reglas de vida social estén en conformidad con las reglas naturales de la vida. Un estado es tanto más fuerte cuanto más apta fuere su organización para utilizar para bien de la sociedad y de sus fines (conservación de sí misma, valorización de los individuos que la componen, y aumento de su prestigio y de su cultura) las actividades de los individuos que la componen; y esa organización será tanto más perfecta cuanto más se conforme a las leyes funcionales de natural coexistencia humana en sociedad. Una nación será tanto más fuerte cuanto más nación fuere, esto es, cuanto mayor fuere la cohesión espontánea entre sus miembros, y mayor el espíritu de servir a la patria que, en general, los animare.

¿Cuál es el medio a que la sociedad se adapta? No es el medio geográfico: a ese el que se adapta es cada individuo espontáneamente, porque esa adaptación, o es física, y en ese caso la entidad biológica, u orgánica, que es el individuo, es la que se adapta; o es transformada del medio, y en ese caso es la acción conjunta de individuos que adapta cada individuo por sí; o es […]

El medio al cual la sociedad se adapta es el fruto de estar compuesta del psiquismo individuador. En la proporción en que en la vida y en las instituciones de una sociedad humana (…) de que ella deriva de, y asienta sobre, individuos reales, en una vida biológicamente tal, esa sociedad será natural. […]

Cuanto más natural fuera una moral, más fácil será de mantener; […]

ciudad-nación - cohesión fácil

ciudad con religión - cohesión profunda

ciudad por encima de todo - cohesión esencial

La cohesión abarcaba el propio foro íntimo del ciudadano; su espíritu se ligaba al de los otros por lazos que partían de lo más íntimo de sí.


[El cristismo y las doctrinas políticas modernas]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Una de las más singulares características de las doctrinas políticas modernas –tan singular que se vuelve prominente, y tan singularmente prominente que pasa a ser casi lo distintivo de ellas– es que, presentándose como doctrinas políticas, son, sin embargo, siempre alguna otra cosa. Esto es, son doctrinas, no políticas, sino en política; se basan, no en un análisis, mejor o peor, de los hechos políticos, sino en una actitud que deriva de fenómenos intelectuales que en su sustancia no son políticos.

Hay doctrinas políticas que, al fin y al cabo, son doctrinas estéticas aplicadas a la política; están las que finalmente son doctrinas filosóficas; existen las que no pasan de doctrinas religiosas; están las que, en el fondo, son apenas doctrinas económicas.

Tal fenómeno es plenamente característico de la indisciplina mental producida por el cristismo; en el paganismo esta perturbación especulativa no existía, una teoría cualquiera no era especialmente notable por ser otra, ni esta «confusión de géneros» era permitida por la salud intelectual de los paganos, por su severa disciplina de espíritu.


[Los elementos constitutivos del cristismo]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Antonio Mora


Dijo Chateaubriand que el romanticismo era la literatura representativa del cristismo; y dijo bien. Sólo con el romanticismo el cristismo llega a su perfecta expresión literaria... Las épocas anteriores dependían todavía artísticamente (como muestra el propio empleo de los dioses paganos) de las fórmulas construidas por el paganismo.

El período en que se corrompe el cristismo es el período en que libera más energía; el período en que sus elementos, descomponiéndose, pasan a existir en forma independiente, es el período donde cada uno de ellos puede mostrar mejor lo que es.

Nadie se admire de que el romanticismo esté contaminado de metafísica panteísta: el cristismo, en su filosofismo neoplatónico substantivo, siendo emanacionista, es panteísta. Sólo no ve ni comprende este hecho quien no haya resuelto, por el análisis, el sistema religioso cristista en sus verdaderos elementos constitutivos.


De los elementos constitutivos del cristismo, vemos que el elemento humanitario decadente aparece en la Revolución Francesa; que el elemento místico, neoplatónico y gnóstico, surge en el florecimiento de las escuelas ocultistas; que el elemento imperialista, aparte de acentuarse claramente dentro del catolicismo tentativamente renaciente, aparece en las naciones occidentales con un sello de brutalidad y de incomprensión de las leyes sociales que no deja olvidar el origen en el imperio de la decadencia; que, finalmente, el cosmopolitismo (is this the 4th element? verify!) asume un carácter acentuado en aquellas naciones que no se ocupan de un imperialismo claro. ¿Qué sucedió, mientras, con el quinto elemento cristista: el paganismo sobre el cual el cristismo se erigió y vitalizó?

Si el cristismo fuese una religión nueva, verdaderamente sustituta del paganismo, diríamos que, muy naturalmente, el elemento pagano había desaparecido, y que el cristismo se fortalecía por fin, unificándose. Pero, además de que ya sabemos que el cristismo se construyó sobre el paganismo, al que prolonga, vemos que, lejos de unificarse, el cristismo se disuelve, y que sus elementos, que actuaban hasta allí unos junto a otros, aunque ya en disolución, se separan claramente unos de otros. ¿Cuál de ellos es típico del cristismo? Ninguno, porque el cristismo era todos ellos juntos. Estamos, pues, en verdad, frente a la disolución final del cristismo.

El elemento pagano, sin embargo, no se perdió. Vimos que ese elemento fue el que, a través de todo, dio objetividad al espíritu cristista y el que le evitó los más graves excesos del cristismo legítimo. Vimos que la subsistencia del elemento pagano alentó el arte cristista y evitó que el romanticismo fuese, como debía ser, su fenómeno constante. Con la disolución del cristismo, ¿hacía dónde se trasladó el espíritu de objetividad? La respuesta es patente: pasó hacia la ciencia. Esto es, pasó hacía aquel fenómeno moderno que es precisamente el más característico de la época. Con eso comenzó, sustancialmente, la repaganización del mundo.

La única fuerza verdadera y segura del mundo moderno es la ciencia positiva. La ciencia objetiva: he aquí el nuevo elemento de equilibrio de la subjetividad liberada que entró en el mundo. Para convertirse en un principio verdaderamente preponderante, a la ciencia le falta salir realmente de los laboratorios y de las cátedras, y humanizarse. Ahora bien, la humanización suprema es, como vimos en el comienzo de este libro, la religión, y, como allí también vimos, para que un principio se vuelva conductor de una sociedad y sea verdaderamente representativo de ella, ha de volverse su religión.

Una religión proveniente de la ciencia, que es esencialmente objetiva, ha de ser una religión absolutamente objetiva. Vimos, en el inicio de este estudio, que la pura religión objetivista es el paganismo. Por donde se descubre que, con el incremento del valor de la ciencia, con la extensión de sus conquistas y la propagación de su técnica mental, el paganismo comenzó a renacer.

Está probado pues que el renacimiento del paganismo comenzó a operarse.

La fuerza de disolución inherente al cristismo como sistema decadente estaba, a pesar de ser fuerte y constante, en cierto modo atenuada en cuanto el cristismo más o menos mostraba cohesión, esto es, en cuanto sus principios constitutivos no se habían individuado, o lo habían hecho solo en parte. El progreso, comenzó mal en nuestra civilización, comenzó por disolver el cristismo, porque éste, como sistema decadente, se le oponía. Comenzando a disolverlo, continuó disolviéndolo. Llegó la disolución al punto que acabamos de señalar. Antes de eso, más allá de todo, el hecho de que el paganismo siempre estuviese en el fondo del cristismo le prestaba la cohesión íntima de objetividad latente. Ahora no.

Pero si el cristismo, cuando era coherente, actuaba ya en forma tan disolvente que, para progresar, era menester destruir al cristismo, que cada conquista de la civilización fuera una victoria ganada a la religión cristiana, mucho mayor fue el poder disolutor del cristismo una vez que se descompuso en sus diversos elementos, individuándose cada uno de ellos. Mucho mayor, tanto porque la acción de cuatro cosas separadas, todas en un sentido (el mórbido, aquí), es mayor que la de todas ellas juntas en una (cuando se trate de acción de disolución y no de fuerza), como porque la acción separada de elementos que formaron parte de un todo es, de por sí, disolvente.

Además de esto, la liberación de los elementos individuados del cristismo, dando unidad a cada uno de ellos, le multiplico la fuerza con que actuar.

Tan fuerte se tornó la acción disolutora, que naturalmente surgieron –puesto que se trata de una civilización desde el principio envenenada, pero no mortalmente envenenada, pues no habría sido nunca, entonces, una civilización- reacciones diversas. Esas reacciones fueron de tres ordenes.

La primera fue la de unos de los elementos liberados sobre los otros. Así, el humanitarismo democrático y libertario reaccionaba contra el imperialismo; y éste contra aquél; el ocultismo accionaba contra el democratismo puramente laico, etc... El resultado de esta inter–reacción fue doble: en lo positivo, evitar que cada uno de los elementos, tornándose excesivamente dominador, pasase, en su calidad de mórbido, a destruir tiránicamente la civilización; en lo negativo, consumar la disolución del cristismo, puesto que, a medida que cada elemento combatía a otro, era el cristismo el que se combatía a sí mismo.

El segundo género de reacción fue el de las corrientes crististas en las que todavía había más de un elemento ligado contra las totalmente individuadas, y contra otras que contenían también más de un elemento, pero principalmente contra las individuadas. Así, la Iglesia Católica reaccionó contra el democratismo, contra el ocultismo, contra el objetivismo científico, contra el imperialismo no–suyo.

El tercer género de reacción fue el de la propia civilización contra los elementos individuados del cristismo. Así fue que, a medida que progresaba, por ejemplo, el humanitarismo democrático, las fuerzas naturales de la sociedad se rebelaron contra él, esbozando lentamente una orientación aristocrática. Este género de reacción apareció de dos maneras: como reacción de las fuerzas íntimas de la sociedad, pura y simplemente, y como reacción de las otras corrientes o elementos individuados del cristismo, que, para fines críticos, iban descubriendo verdades. Así, los defensores del catolicismo van contraponiendo al democratismo los principios aristocráticos inherentes a toda organización social; al lado del momentáneo beneficio que de ahí pueda derivar para la doctrina en nombre de la cual hacen esa crítica, ciertamente se beneficia la ciencia social.

Conviene no olvidar un punto importante. Las cosas, aquí descritas, de la manera en que están descritas, no corresponden fotográficamente a la realidad. No están extremados, en individuos y en corrientes, los campos y las doctrinas, como aquí las extremo. Pero yo hago ciencia, no descripción. La luz del sol es blanca, como cosa vista; pero está compuesta de los siete colores del espectro, como realidad científica. Estas corrientes, que apunté, y a las que llamé los elementos individuados del cristismo, no están individuadas con la nitidez de personas humanas, que se destacan del ambiente por la forma de su cuerpo. Todo se mixtura y se interpenetra. Sobre todo se mixtura y se interpenetra en una época como la nuestra, donde los elementos activos en la sociedad son cuatro o cinco, donde las acciones son muchas, donde la confusión y la indisciplina son extraordinarias, y donde nadie sabe ni lo que quiere, ni siquiera lo que le falta.

Conviene tener esto siempre presente, para que no se confunda la vida con la explicación de la vida, la realidad visible con la realidad científica, la realidad sintética del mundo con la realidad analítica de la comprensión del mundo.

Comte tuvo una justa intuición cuando vio que la ciencia positiva, de por sí, no bastaba para orientar la sociedad y quiso, por tanto, convertir esa ciencia en una religión. Hijo de su tiempo, pese a todo, y oriundo, sin que lo supiese, del mismo vientre corrompido contra el cual se rebeló, ¿qué hizo él, qué quiso hacer? Construir, para forma vital de la ciencia, una religión de la humanidad, patente descendiente de la religión humanitaria de la Revolución Francesa. Memoriosos de tanta cosa que no vio mal, relevemos al pobre alienado de los desvíos que heredó de su época.

Más próxima de la verdad estuvo ya la intuición del científico Haeckel. Quiso sugerir una religión, dando como adorables las fuerzas de la Naturaleza. En verdad, la intuición es justa. Solo que un fenómeno intelectual de esta suerte no es una religión. La religión –lo sabe ya el lector de este libro- es de los sentidos y de la emoción directa y general. La religión de la época de la ciencia es el paganismo. La ciencia es hija del paganismo porque la ciencia es griega, la nuestra por lo menos. ¡Extraño caso el de un hombre que procura con ahínco encontrar una cosa que ya existe!

Reaccionando contra el misticismo democrático, el instinto mantenedor de las sociedades, guiado recientemente por el desarrollo y el esclarecimiento de la sociología, comienza a descreer, a combatir, a despreciar ese misticismo.

Reaccionando contra el misticismo ocultista (...) Pero aquí la reacción ha sido débil, en parte porque todavía no se comprendió bien cuánto se ha extendido el ocultismo, en parte porque, al no verse lo que es el ocultismo dentro del cristismo, no se ha visto el peligro que, como elemento de disolución, representa.

Reaccionando contra el imperialismo, afirmado supremamente en esta guerra por Alemania, se acentúa el principio sano y fuerte de la existencia de las pequeñas nacionalidades.

Reaccionando contra el cosmopolitismo, la presente guerra ha hecho funcionar el sentimiento patrio. Y, ya antes, las reconstrucciones del regionalismo ayudaban a esta reacción, como la anteriormente señalada.

Reaccionando contra el paganismo degenerado de Roma, el espíritu científico, a pesar de desvíos y tibiezas, continúa actuando, y continúa actuando porque la ciencia sigue siempre, y el espíritu científico sigue forzosamente con ella.

¿Qué resta hacer? Resta orientar todas estas reacciones. ¿Cuál es el sentido de estas reacciones? Vimos que convergen hacia el sentido pagano. Es preciso por tanto crear el paganismo para dar un sentido profundo, esto es, religioso, a este movimiento disperso, que se pierde por combatir elemento por elemento al cristismo en disolución, y por eso da treguas, ora a uno, ora a otro de sus elementos; puesto que cada elemento de combate no combate a todos los otros del cristismo.

Para el paganismo falta, por tanto, el paganismo. Faltaba restaurar la esencia del paganismo. ¿Cómo hacerlo?

No podía ser cosa hecha conscientemente. No podía serlo porque una religión nace de lo instintivo y no se puede construir como se construye un sistema metafísico. Tiene que nacer de la sensibilidad directa de las cosas. Que ya haya existido el paganismo no quiere decir que se pueda ir a buscarlo al pasado. Lo más que se iría a buscar sería una forma sin vida, el mero cuerpo muerto del paganismo. Debía, al darse el fenómeno verdadero del regreso al paganismo, surgir una sensibilidad pagana.

En esta altura surgió Alberto Caeiro.


[Aplicación del paganismo a la sociedad moderna]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Antonio Mora


El Regreso de los dioses

¿De qué modo, sin embargo, es que se puede pensar en aplicar el paganismo a la sociedad moderna? Respondamos: ¿Qué razones hay para que no se aplique? Sólo puede haber tres; examinémoslas. La primera es que, por una variedad de causas (económicas, políticas y otras) no haya semejanza entre la sociedad antigua y la moderna, y la fe, y los principios de ella resultantes, que se aplicaban a las sociedades antiguas, no puedan tener aplicación en las sociedades modernas. La segunda es que el cristismo, él y sus atributos, son nuestra tradición; pueden ser decadentes, pueden ser maléficos, pueden ser perjudiciales, pero existen: crearon un estado de espíritu suyo, que se hace incompatible con la aplicación del paganismo. La tercera razón es que (.............).

¿Cuáles son las causas actuantes que pueden ser concebidas como obstáculos al paganismo? Una es el cosmopolitismo creado por la causación económica actual; otra el imperialismo generado por la existencia de colonias, cuando por más no fuese; otra la importancia adquirida por el proletariado en nuestra época. Repárese en que cuidadosamente distinguimos entre los efectos producidos por causación económica natural y directa y los producidos por el cristismo, que ya estudiamos debidamente en el decurso de este opúsculo. Así, una cosa es el cosmopolitismo del espíritu cristiano, manifestado sobre todo por la religión católica, y por el cristismo en general; otra, el cosmopolitismo que proviene del hecho, puramente laico, digamos, de la extensión y multiplicación de relaciones y correlaciones comerciales e industriales de la época presente. Del mismo modo, una cosa es el imperialismo cristista, que le viene (como vimos) de su herencia romana, y otra cosa el imperialismo que deriva de los descubrimientos, de la posesión de colonias, sobre todo de las que no se admite que reciban, en un gobierno autónomo, una preparación para la nacionalidad independiente. E idénticamente, son dos cosas diversas el espíritu igualitario del cristismo, esenio en su origen, decadente romano en su posesión de las almas, y el espíritu igualitario que el régimen de concurrencia creó en nuestra época mercantil.

Por ahora, en el análisis de la objeción extraída de las cualidades naturales de nuestra época, es de las segundas de las citadas condiciones de las que tratamos.

Tenemos, pues, la hipótesis de que el paganismo no pueda ajustarse al cosmopolitismo económico contemporáneo. Pero el paganismo no se ajusta a él: lo corrige dando fuerza a las nacionalidades.


[La filosofía del paganismo]

[texto dactilografiado con agregados manuscritos, tal vez 1917]

Antonio Mora


Los tiempos nuevos, con el aumento de la erudición extensa y aquella mayor relación con los distantes países antiguos, por la cual esa erudición comprende más culturas o es llevada a comprenderlas, trajeron un nuevo período a la historia de la vida religiosa. Se abandonó aquella restringida crítica del Cristianismo que consistiera principalmente en el análisis racional, a veces torpe y pobre, de sus dogmas, y en la crítica social, a veces estrecha y fría, de sus doctrinas. Aumentó el respeto por las religiones, reconocidas como generales en la humanidad, pero el crédito dado a ésta o aquélla religión disminuyó al ser comparada con las otras. Antes se procuraba hacer conmover la metafísica o la moral del Cristianismo por una crítica directa de ellas; hoy, esa metafísica y esa moral son conmovidas, insensiblemente, indirectamente, por otro proceso: la verificación de que hay muchas otras metafísicas religiosas a las cuales la del Cristianismo no supera en ningún sentido racional, muchas otras éticas que la del Cristianismo no supera en ternura, en belleza o en efecto. Antes el hombre europeo creía o descreía, porque, confrontando solamente con el Cristianismo, o creía en él o en parte de él o en nada. Hoy, el hombre europeo, conocedor de cinco o seis sistemas religiosos, puede descreer del Cristianismo para creer en cualquiera de los otros sistemas; o, no creyendo en ninguno, tiene todavía una visión más amplia de la importancia de la religión para la humanidad, una mayor tolerancia de aquellos mismos abusos y crueldades que casi se consideraban propios del Cristianismo, dado que, como religión, sólo propiamente el Cristianismo, o el hebraísmo anterior, se conocía. Esta emergencia de diversos sistemas religiosos tuvo un resultado particular: el elevar el paganismo de los griegos y de los romanos a la superficie; de un fenómeno muerto del pasado pasó a un fenómeno religioso a ser considerado, en orden lógico, en paralelo con el Cristianismo. Puede decirse que el paganismo dejó de ser anterior al Cristianismo, tomando lugar a su lado, y al lado de todas las demás religiones estudiadas, en un panteón sin jerarquías. Desde ese momento pasó a ser posible un repensamiento del paganismo; y, como el paganismo fue la antigua fe de las culturas que animan a nuestra civilización, pasó a ser posible no sólo repensar, sino hasta reconstruir el paganismo. Una nueva era pagana se volvió posible.

Es de uso corriente, sobre todo entre los secuaces de las sectas crististas, emplear la palabra «pagano» como término descriptivo de ausencia de religión, o como despreciable y bajo materialismo en la vida. Importa, antes que nada, que repudiemos esa aplicación del término, en comparación con la cual podríamos, recordando la Inquisición y las guerras religiosas, describir al Cristianismo como la religión de la crueldad y de la sangre, o, recordando las fiestas de iglesia y las romerías, como la religión de la alegría animal sin devoción ni caridad. Lejos de designar una ausencia de religión, o un bajo materialismo, el paganismo designa un sistema religioso completo, y el bajo materialismo y, más todavía, la falta de religión no pueden ser descriptivos de religión alguna. Sólo cuando se lo considera en absurda relación con la espiritualidad cristiana el paganismo parece un bajo materialismo; pero ni faltó lo que se llama espiritualidad al paganismo, sino en sus bajos ejemplos –de los que hay iguales en el Cristianismo–, ni la espiritualidad es muy acentuada en las poblaciones cristianas. Se compara lo que el paganismo fue con lo que el Cristianismo quería ser; comparación cómoda, pero por la cual se prueba que cualquier cosa es superior a cualquier otra cosa.

El paganismo no es materialista ni es estrecho: es simplemente el concepto del universo que establece, por encima de todo, la existencia de un Destino implacable y abstracto, al que hombres y dioses están igualmente sujetos; abajo de ese destino, la raza de los dioses y la de los hombres, distintas en grado pero no en calidad, ambas compuestas por seres imperfectos, ambas contaminadas de injusticia y de capricho. El paganismo es esto, y de esto derivan todas las fórmulas paganas: la vulgar, que ofrece sacrificios a los dioses e intenta propiciarlos, puesto que, no siendo mejores que nosotros, son, no obstante, más poderosos; la llamada epicureísta, que, considerando que los dioses no cuidan de nosotros y el Destino es inhumano e indivino, halla que la vida no merece otra consideración que un humilde estudio de cómo la podremos pasar con menos dolor –por el placer intenso y breve, o por el largo equilibrio de los placeres –; y la llamada estoica, que cree que al hombre compete, como hombre, someterse al Destino y a los Dioses; como dios virtual, tener el orgullo intelectual de conocer la necesidad de esa sumisión. Puede alegarse que el fondo del paganismo es triste; y en verdad lo es. Pero el pagano es objetivo: ve las cosas y las acepta, no juzga que sirva de algo crear ilusiones para creerse feliz [si no fuesen los misterios (restrictos en su recepción)]. Fue el Cristianismo que trajo a la civilización occidental la necesidad de sustituir el universo. No seríamos injustos si dijéramos que el Cristianismo fue, en la civilización europea, la primera forma conocida del opio o de la cocaína.

Reconocer que no sabemos nada, salvo que hay una ley en todo, ley que se manifiesta ajena a nuestros dolores y a nuestros placeres, más allá del bien y del mal; que somos, abajo de esa ley, juguetes en las manos de fuerzas superiores que no conocen perfección moral, como nosotros no la conocemos entre nosotros; que, visto que sólo el universo objetivo nos fue dado, es en ese universo y conforme a ese universo que debemos vivir nuestra vida, pues, si otras formas de vida pudiéramos tener, a su tiempo las tendremos o nos serán dadas: en esto consiste la religión pagana, o, si se prefiere, la filosofía del paganismo.

Suponen algunos que el paganismo es más alegre que el Cristianismo, otros que es más humano. Ambas suposiciones son falsas: el paganismo es simplemente más objetivo y más lógico que el Cristianismo. El Cristianismo es forzosamente más alegre que el paganismo, porque el Cristianismo promete una felicidad eterna y el paganismo no promete nada; y el Cristianismo es forzosamente más humano que el paganismo, pues el Cristianismo considera al hombre como un valor eterno mientras que el paganismo no lo considera sino como un episodio de la tierra.

El error nace, tal vez, de la gran atención que el paganismo presta al cuerpo humano, por una parte; y, por otra parte, de la insistencia de las sociedades paganas en la vida cívica. Pero la atención dada al cuerpo humano es tan solo un criterio objetivo, la atención dada a la única certeza exterior humana que se posee. Y la atención dada a la vida cívica nada tiene que ver con la «fraternidad» o la «solidaridad» de las que hoy se habla –productos del Cristianismo– sino que tan sólo significa el conocimiento de que el hombre nace en sociedad y ha de conformarse –no por interés, no por amor, ni aun por deber– con la existencia de esa sociedad. El paganismo no es un humanismo: es una aceptación.

La ferocidad materialista de muchos hechos de nuestro tiempo no es paganismo ni siquiera virtualmente: es simplemente anti–Cristianismo.


[Ciencia y religión]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Antonio Mora


Regreso de los Dioses

¿Pero esta ingerencia de la ciencia en los negocios humanos llegará al punto de vencer las divergencias nacionales, de donde las divergencias religiosas proceden?

Sería absurdo esperar que la ciencia eliminase esas diferencias, puesto que la propia ciencia, en su rama sociológica, implica la aceptación de las diferencias nacionales como necesarias para la civilización.

Sin embargo, lo que la ciencia hace es no permitir que las emergencias de la particularidad nacional, cuando no sean patentemente mórbidas, exorbiten de una cierta objetividad. La ciencia compele a la objetividad; podrá no obtenerla completa de los pueblos de índole subjetiva, pero, aparte de que los pueblos tienen, en nuestra civilización científica, que subordinar su subjetividad a la objetividad de la ciencia, o perecer, ha de obtener alguna para dejar que esos pueblos subsistan.

El concepto de ciencia sólo se presenta frío o espantoso al espíritu cuando no es verdaderamente comprendido. Las condiciones (tristes) mentales de nuestro medio moderno infligieron al espíritu científico un desvío. Como la ciencia tuvo que atacar a la Iglesia, al mismo tiempo que tuvo que atacarla la «democracia», resultó que las dos fuerzas se unieron contra la Iglesia, de donde se dedujo, erróneamente, que había alguna especie de identidad entre el espíritu científico y el democrático, cuando lo máximo que hubo, en verdad, fue una coincidencia en el enemigo.

A pesar de eso la ciencia es antidemocrática y anti-igualitaria. La ciencia social es la última en constituirse, porque los fenómenos sociales, además de ser los más complejos, involucran al observador y la serie de preconceptos que inciden sobre el cientista, son en este caso más y mayores que en otra cuestión científica.

La ciencia no es antirreligiosa; es simplemente extra-religiosa. La religión es un fenómeno común a todas las clases sociales, y que a todas liga y une. La ciencia, fenómeno intelectual, sólo es privilegio de las clases intelectuales. No puede ser practicada, ni aun comprendida, en su verdadero espíritu, por las plebes; éstas, por lo demás, si la comprendiesen dejarían de ser plebes, y, con dejarlo de ser, peligraría la civilización, así desprovista de base.

Lo que modernamente hay que hacer es trabajar para una religión que esté de acuerdo con el espíritu de la ciencia; y qué religión ha de ser sino aquella a quien la ciencia debe su nacimiento, porque Atenea es hija de Zeus, y la ciencia toda nacida del paganismo helénico.

Sólo la ciencia «democrática» del siglo pasado, antes de que hubiera ciencia social, es la que es fría y dura, por arrogarse una misión extraña a su espíritu, y por querer destruir la religión, que yace fuera de su verdadero ámbito.

Mientras que la ciencia es una forma de conocimiento, por la cual el hombre actúa sobre la materia, la religión es una forma de conocimiento por la cual él actúa sobre sí mismo. Son diversas, como se ve, las esferas de acción, y diversas […]

Suponer que la ciencia puede bastar a la vida humana, es suponer que las sociedades se componen sólo de intelectuales. La disolución moral producida modernamente por la pseudo-moral pseudo-científica, tendiente a disolver […]


[Objetivismo científico vs. subjetivismo cristista]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Antonio Mora


Prefacio a Caeiro

El período presente (actual) de la vida de la humanidad está definido y caracterizado por el predominio de la actividad científica sobre todas las otras formas de actividad; ya sea guiando, con su disciplina, la práctica de la ciencia experimental y la de las ciencias de erudición; ya sea agrandando y multiplicando, con su aplicación, las facilidades de la vida y del confort, que es una segunda vida; sea, con su propia esencia, obligando a la mentalidad de los hombres a abdicar de aquel puesto, donde la religión la pusiera, para subordinar la propia religión a un criterio –sea el de una apologética objetivista, sea el de un pragmatismo utilitario, sea [...]– ya propiamente científico.


Fenómeno naturalmente nacido del incremento natural de los conocimientos, del influjo liberador del renacimiento de las civilizaciones antiguas, del desenclaustramiento geográfico realizado por la influencia de los descubrimientos, del creciente libre ejercicio de la razón y de la especulación por el aumento de la libertad política e individual, la Ciencia rápidamente tomó por su lugar el verdadero templo intimo, el sumo trono, de los espíritus de hoy.

Las generaciones en que se dio este nuevo fenómeno, descienden, sin embargo, de generaciones secularmente impregnadas del espíritu, cuando no de la propia letra, de la civilización cristiana. En uno u otro de sus puntos, la ciencia entra en conflicto con la mentalidad que encontró. Necesariamente objetivista en el método y en los resultados, se contrapone al carácter diversamente subjetivista –pero siempre subjetivista– de las especulaciones y de los sentimientos crististas. Necesariamente fría y dura en sus apreciaciones, se contrapone a las diversas formas de sentimentalidad que constituyen el fondo moral del cristismo. Necesariamente humana en sus designios, pues sus resultados aplicados benefician materialmente a la humanidad, y la actitud mental que deriva de su práctica torna ineptos a quienes la practican para mirar por encima de la humanidad objetiva, se contrapone a toda la teorización específicamente trascendente que caracteriza a la metafísica cristista. No ataca, propiamente, a la metafísica, porque no entra en conflicto con esa actividad del espíritu, que se ejerce más allá de sus fronteras; limita, sin embargo, con varias de las emergencias prácticas de la metafísica, donde el conflicto se establece; y la religión, que es esencialmente una metafísica inmersa en la práctica, vive por eso en la constante repulsa de la mentalidad científica.

Ahora bien, cuando en una sociedad o en una civilización aparece un nuevo elemento que por su naturaleza es antagónico a seculares depósitos mentales, a la estructura adquirida hace tanto tiempo que ya parece natural y propia, del mismo espíritu, el primer acontecimiento mental –y por tanto esencial– que resulta, es la incapacidad de adaptación de esa mentalidad a ese medio nuevamente creado. De aquí, como consecuencia, se sigue un período de transición y de decadencias, de fluctuaciones mentales, de incertezas en los pensamientos como en las obras, antes que la adaptación se dé y el acuerdo se establezca.

Tal el siglo diecinueve y este principio de siglo, no se sabe hasta cuándo, o hasta dónde.

La inadaptación al medio asume tres formas, que verificamos que se dan en nuestro tiempo. La primera es la inadaptación total, y, por tanto, la reacción integral contra las influencias nuevas que, en el momento, representan el espíritu y la tendencia de la civilización. La segunda es la falsa adaptación, esto es, la persistencia del viejo espíritu creyendo, por asumir las apariencias del nuevo, que le vistió el propio cuerpo y no sólo los trajes. La tercera es la adaptación incompleta, cuyo nombre basta para definirla.

Los tres fenómenos de inadaptación distinguen al siglo que pasó y a este en el que vivimos.

La inadaptación total está representada por todas aquellas fuerzas a las que es costumbre llamar reaccionarias; no es sin razón el título, pero el alcance es, en general, mal apreciado, y el apodo cabe a más individuos y a más corrientes que a aquellas a las que usualmente se aplica. Un sistema como la Iglesia Católica no tiene, por ejemplo, razón de existir en un período definido y tipificado por la actividad científica. Su persistencia es una insistencia. Su propia permanencia, por pasiva que fuese, era, ya de sí, una reacción, en el pleno sentido del término. Hasta aquí estarán de acuerdo conmigo los individuos a los que es costumbre designar como avanzados. Pero yo no quiero ese acuerdo. Vamos a extender el examen, y se verá que, como dije más arriba, la aplicación del término «reaccionario» es mucho más amplia de lo que se juzga. Verificamos qué es en el campo religioso; examinemos ahora qué fenómenos corresponden en el campo político. Parecerá, a primera vista, que son reaccionarios, muy simplemente, los sistemas que aboguen, por ejemplo, por el absolutismo regio. El absolutismo regio es, sin embargo, tan solo un tipo de esos sistemas. La esencia de ellos es otra. Si alguna cosa la ciencia impone, como base política, es que se repare en las divergencias nacionales, creadas, primero por situación geográfica, segundo por situación histórica. Todo cuanto se oponga a esta tesis es reaccionario en política. Se comienza a ver cuán amplia es la aplicación del principio, tan pronto como se comienza a profundizar. Otra cosa la ciencia impone en este campo: la necesidad de adaptación al medio, que es la norma general de la civilización. Así, mientras que, por un lado, hace asentar la tesis política en un nacionalismo científico, por otro hace asentar esa tesis en un internacionalismo igualmente científico, representando la adaptación de ese nacionalismo al espíritu de la época.


[El fenómeno religioso define y expresa la civilización]

[texto manuscrito, tal vez 1916]

Antonio Mora


Programa Neopagano

Regreso de los Dioses [?]

El fenómeno religioso define y expresa la civilización. La expresa y la define porque es el fenómeno simultáneamente más vasto, más profundo y más coordinador. Es el más vasto porque la religión es un concepto del universo, e incluye por lo tanto una metafísica, una estética y una moral. Es el más profundo porque, siendo todo esto, lo es emotiva y no intelectualmente, de modo que pertenece a la esencia de nuestro ser (porque la emoción, como fenómeno definido, es anterior al pensamiento) y pertenece a aquella parte del espíritu humano en que hay más igualdad entre los hombres, puesto que, siendo los hombres diferentes en su grado de voluntad, y diferentes en el de su inteligencia, son menos diferentes en el de su emoción. Y, finalmente, el más coordinador porque la religión es por su naturaleza un fenómeno interior, pero, por su naturaleza también, un fenómeno colectivo; por eso la religión, ligando a los hombres, los liga más íntimamente que cualquier otro fenómeno social.

Las formulas pasan, las expresiones cambian, la esencia permanece.


[La religión: fenómeno social más representativo]

[texto dactilografiado, tal vez 1916]

Antonio Mora


Regreso de los dioses
Capítulo I


Definición del concepto de civilización. La civilización es un concepto determinado...

La religión como fenómeno social más representativo. Pruebas de que lo es.

No importa como la religión nace. Importa solamente lo que es.

Determinación del contenido del concepto de religión. La religión es la manifestación de una unidad de pensamiento. Es la fijación externa de aquel fondo en que todos concuerdan que están sometidos a condiciones civilizacionales idénticas. La religión expresa supremamente ese fondo común. Puede expresarlo porque siempre es difusa, dado que no es un fenómeno intelectual directo, porque es común a todas las clases sociales; porque abarca todas las manifestaciones de la vida social.


Una religión se manifiesta primordialmente, al análisis, como una metafísica, de la cual, como de todas las metafísicas, instintivas o conscientes, deriva una ética, una estética y una sociología, así como, coexistiendo con las realidades de la vida social, deriva de ella una determinada práctica social.

Determinación de las especies de metafísica que hay. La metafísica es un dualismo y un monismo: dualismo por el punto de partida, monismo por la dirección, por el propio sentido íntimo de ser una metafísica.

Son tres las maneras de encarar el dualismo monísticamente: colocar la Realidad en uno de los puntos, a exclusión total del otro; colocarla en uno de los puntos, siendo el otro real pero inferior; colocarla en un punto que está fuera de cualquiera de los dos.

En el primer campo, tenemos la doctrina que afirma que lo exterior es una ilusión, y real, y sólo real, el sujeto: es el idealismo, en sus diversas formas; y tenemos la doctrina que afirma que el sujeto es irreal: es el materialismo, propiamente dicho.

En el segundo campo, tenemos la doctrina que afirma ambos puntos reales, pero lo exterior sólo como pasajeramente real: es el dualismo subjetivista; y la doctrina contraria, que afirma el sujeto real, pero no perennemente, con la realidad del objeto: es el dualismo objetivista.

En el tercer campo, tenemos la doctrina que afirma irreales tanto al sujeto como al objeto, colocando la realidad verdadera fuera de ellos: es el trascendentalismo, propiamente.

Estas cinco teorías abarcan toda la metafísica, cuyos sistemas caben por fuerza en una u otra.

Si fuéramos a ver en que se manifiesta la metafísica en las religiones, veremos lo siguiente: que el sujeto, para cada sujeto, es dado como uno solo, porque cada cual, de directamente subjetivo, conoce apenas su propio espíritu; y que el objeto es dado por la multiplicidad de las cosas externas. Yo soy uno; el mundo es muchos: he ahí la forma fundamental del pensamiento.

Por eso vemos que una mentalidad colectiva de tipo subjetivista se expresará por el monoteísmo, mientras que el politeísmo será la expresión natural de una mentalidad colectiva de tipo objetivista.

¿Cómo nacen, sin embargo, estas mentalidades colectivas diferentes? ¿Qué hace ser subjetivista a una, objetivista a otra, mentalidad popular o general?

Partamos de nuestro propio estado de espíritu: ¿en qué ocasiones somos naturalmente subjetivistas, en qué ocasiones naturalmente objetivistas? Somos objetivistas, es claro, cuando aplicamos aquellas facultades del espíritu que nos relacionan con la realidad externa; somos subjetivistas cuando no empleamos esas facultades, lo que resulta, dado que la detención cerebral no existe en la vida, en la concentración sobre el propio espíritu. Las facultades que actúan sobre el exterior son la observación, por la cual conocemos ese mundo, la atención, por cuya aplicación lo conocemos competentemente, y la voluntad, por la cual actuamos sobre él. Las facultades que trabajan solo interiormente son la imaginación, por la cual sustituimos el exterior por un falso-exterior, cosas reales por cosas supuestas; la meditación, por la cual sustituimos cosas por pensamientos en la atención; y la inhibición, por la cual nos impedimos de tomar contacto con el exterior. (veremos que todas las religiones objetivistas […]) (la inhibición, por la cual sustituimos la acción sobre el mundo por la acción sobre nosotros).

El monoteísmo es una religión de decadencia, porque, mientras un individuo puede sin gran mal ser introvertido, un pueblo todo no puede serlo sin perder la noción verdadera del mundo y de la vida, la noción concreta de ellos, lo que da como resultado, como es evidente, la desadaptación y la decadencia.


[Sobre el hombre de genio]

[texto dactilografiado, tal vez 1924]


Fragmento escrito como respuesta a una entrevista de José Pacheco, director de la revista Contemporánea, amigo y antiguo compañero de Pessoa en Orpheu.


En arte todo es lícito, siempre que sea superior. No está permitido al hombre vulgar ser antipatriota, porque no tiene mentalidad encima de la especie, y no la puede tener entonces encima de la especie inmediata, que es la nación a la cual pertenece. Al genio le está permitido. Sucede, por ironía, que los grandes genios en general se ajustan a los sentimientos normales: Shakespeare era intensamente, hasta excesivamente, patriota.

Un genio antipatriota es un fenómeno, no diré vulgar, pero aceptable. Un obrero antipatriota es simplemente una bestia.

El hombre de la especie no puede tener opiniones, porque la opinión es del individuo, y desde el momento en que un hombre pertenezca orgánicamente a una familia, a una clase, a cualquier cosa que constituya ambiente inmediato y vivo, deja de ser un individuo para ser una célula cualquiera. Sólo la nación, por ser un ambiente abstracto, visto que tiene parte en el pasado y parte en el futuro, no estorba el alma individual.

El problema de la protección a los artistas, o cualquier problema parecido, no existe con relación al hombre de genio, cuya vida mental es una cosa aparte y que pasa, en general, incomprendido en su época, o, por lo menos, incomprendido en aquello mismo que en él es genio.

Deben ser protegidos y defendidos los artistas, los escritores, que tienen que vivir de su pena, y esos nunca son los hombres de genio. El hombre de genio es producido por un conjunto complejo de circunstancias, comenzando por las hereditarias, pasando por las del ambiente, y acabando en episodios mínimos de la suerte.

Fernando Pessoa