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[Introducción a «El Regreso de los Dioses»]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Me pidieron los parientes de Alberto Caeiro, cuya tarea amiga es la de publicar su Obra, que pusiese un prefacio a dicha Obra. La honra, que me hicieron, era grande; el pedido, sin embargo, era justo. ¿Quién podría hablar de él sino su único discípulo?

Pero para hablar de Caeiro evidentemente no iba yo a escribir una biografía, o decir unas palabras de elogio. La biografía no tendría interés, porque en la vida de Caeiro nada sucedió, a no ser los versos que escribió, y que por ellos mismos hablarán. Para elogiar, o había de decir mi admiración en frases apenas declamatorias; o había de explicarla, de intentar convertir a los otros a ella por el peso, cuando no por la abundancia, de mis argumentos. Decir mi admiración, sin decirle la causa, sería insensato; porque, o la obra de por sí inmediatamente avasalla los espíritus, o a algunos o muchos, deja fríos. Si avasalla a todos, a nada viene que yo exprese lo que cada uno mejor expresa para sí. Y si la obra no toma por asalto la admiración ajena, ¡cuán absurdas, estériles y mal colocadas no serían mis palabras de admiración, yuxtapuestas a la frialdad del acogimiento!

Era necesario, pues, para escribir elogiar; para elogiar, explicar. Pero para explicar, era necesario, todavía, explicar detalladamente; más que explicar por arriba y no explicar. Para explicar detalladamente era necesario, sin embargo, ir mucho más allá de la obra, cubrir un gran terreno; porque al presentar una obra como importantísima, por ser la reconstrucción del paganismo, es evidente que es necesario trazar un retrato del paganismo, recorrer sumariamente el trayecto humano desde que él terminó, para que se pueda ver a qué viene, y cómo cabe, una reconstrucción del paganismo. Todo eso trascendía, en el más humilde de los cálculos, el número de páginas que podemos considerar apropiado al mero prefacio de una obra.

En ese prefacio, además de todo lo que dije, tengo que versar puntos que, desde hace largos meses, me proponía explicar detenidamente, por hallar útil que así se hiciese, para así transmitir mis pensamientos sobre el problema más importante –sino el único verdaderamente importante- de nuestra civilización. Tratar sumariamente esos puntos en el prefacio a la obra de Caeiro me llevaría a una compresión exagerada de mis opiniones, compresión que, siquiera por lo que habría que omitir para ser breve, no me satisfaría, me dejaría en el mismo estado que antes, con las mismas opiniones por expresar y las mismas tesis por explicar. No tratar esos puntos sumariamente, aumentaría fuera de toda medida las dimensiones del prefacio pedido.

Resolví la dificultad del único modo que se me antojó posible. La oportunidad de explicar mis opiniones me era dada. A ningún propósito yo las podría explicar mejor que a propósito de Caeiro. No era justo para Caeiro, a cuyo genio mi obra era debida, que yo no la hiciese en torno a quien la causara. No era justo para conmigo si a Caeiro sacrificase mi obra, que, al final, siendo él la plena justificación de ella, él era, finalmente, siempre el único sacrificado. Decidí aprovechar la oportunidad que me era dada, pero escribir la obra como yo quería. Ella sería el mejor prefacio a la obra de Caeiro; y sería la obra que yo intentara escribir. El único óbice es que, escrito, excedió el volumen natural de un prefacio. Eso, que obstará tal vez a su inclusión en el propio libro de Caeiro, no obstará a su publicación por separado, sea como prefacio, o como comentario, a su libro.

Así lo hice.

Dejo a los editores del libro de Caeiro que publiquen esta obra como prefacio o como comentario separado al libro del Maestro. Es un gesto ése que satisface plenamente el pedido justo que me fue hecho; y que al mismo tiempo cumple enteramente mi deber para con las opiniones que eran de él y son mías.

No quiero decir con esto que, para mi explicación total, exigiese exceder la dimensión de un opúsculo.

Tendré que estudiar el paganismo, el cristianismo, las relaciones de los dos, y la evolución del segundo; tendré que apuntar el sentido de esa evolución y el camino que se abre ante nosotros.


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