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[Cuando me declaro pagano...]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Ricardo Reis


P or eso, cuando me declaro pagano, y amo la obra de Caeiro, porque ella envuelve una reconstrucción integral de la esencia del paganismo, no sobrepongo a ese amor ninguna esperanza en el futuro. No creo en una paganización de Europa, o de cualquier otra sociedad. El paganismo murió. El cristianismo, que por decadencia y degeneración desciende de él, lo sustituyó definitivamente. Está envenenada para siempre el alma humana. No hay recurso o apelación sino para la indiferencia o para el desdén, si valiese la pena el esfuerzo doloroso de sinceramente desdeñar. La propia afirmación de estos principios, por enteramente estéril, está excusada. La hago porque no podía evitar hacerla al prologar la obra de Caeiro. Podría extenderla mucho más, desdoblarla, acumular argumentos que mejor la demostrasen. Prefiero renunciar a hacerlo.

Creo que el paganismo representa la fe más verdadera y más útil; creo incluso que no representa una fe, sino una visión intelectual de la verdad. La civilización que él creó supo ser, en la perturbada Grecia política, el ejemplar eterno de la tranquilidad y de la posesión de la vida, y, en la Roma degenerada de nacimiento, aun así, el mayor edificio de disciplina social que fue impuesto al mundo. Con la victoria del cristianismo, los poderes de la sombra se apoderaron de la vida. Nuestra civilización contiene brillo, inteligencia, fuerza. Pero está hecha por hombres que son arrastrados por las ideas, hombres que no están en posesión de sus personas morales.

El hecho, sin embargo, es que esa civilización triunfó. En el misterio de sus designios los Dioses tal vez sepan por qué. Es posible, no obstante, que ni Ellos mismos lo sepan.

Al pagano moderno, exiliado y casual en medio de una civilización enemiga, sólo puede convenir una de las dos formas últimas de la especulación pagana: el estoicismo o el epicureísmo. Alberto Caeiro no fue ni uno ni otro, porque fue el Paganismo Absoluto, sin ramificación o intención segunda. En cuanto a mí, si de mí puedo hablar, quiero ser al mismo tiempo epicureísta y estoico, convencido que estoy de la inutilidad de toda acción en un mundo en que la acción está en error, y de la inutilidad todo pensamiento en un mundo donde el modo de pensar se olvidó.

Pareciendo así que no somos más que hijos degenerados de la civilización cristiana, indiferentes por enfermedad y por hastío, no lo somos. Un destino misterioso nos dislocó. Como ingenieros que hubiésemos nacido en los bosques africanos, traemos en nosotros capacidades que no podemos realizar, el esbozo de un destino que no podremos cumplir. Nuestro espíritu no tiene puntos de contacto con esta endurecida y secular mentira del monoteísmo humanitario que caracteriza al cristianismo. Tenemos aversión por una civilización tan falsa, que le faltan los esclavos, tan imperfecta, que vive de la subordinación de la inteligencia a las emociones, y que, por más que parezca apartarse de su enfermedad religiosa, más tiende hacia ella, porque más se encamina hacia aquellos delirios humanitarios que distinguen la mentalidad de los esclavos, y donde lo no hace, enquista en la dureza absurda de los principios queridos de los alemanes, exageración de un paganismo falso, probando así cuánto la mentalidad civilizada se tornó incapaz de equilibrio, de término medio, de ponderación.

¿Pero estos “nosotros”, en nombre de los que hablo, qué personas son? Sé de mí, de Caeiro hoy muerto, de dos más en toda la extensión de gente que conozco. Que fuese sólo yo, y no importaba. Que fuesen mil, y sería la misma cosa. Aquel a quien una vez los dioses concedieron que viese la verdad de las cosas en su simplicidad irremediable no precisa sino de la lucidez del espíritu y de la firmeza e insensibilidad del corazón, incapaz que se vuelve de complacerse de los saturnales del humanitarismo y de la vida moderna.

El resto yace en aquel punto de luz a que llamamos Sombra, el gran Punto anterior a los Dioses, hacia donde, en la mortalidad absoluta de nuestras almas, nuestra efímera vida inútilmente tiende, inútilmente se aproxima, inútilmente para siempre permanece.


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