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[Los elementos constitutivos del cristismo]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Antonio Mora


Dijo Chateaubriand que el romanticismo era la literatura representativa del cristismo; y dijo bien. Sólo con el romanticismo el cristismo llega a su perfecta expresión literaria... Las épocas anteriores dependían todavía artísticamente (como muestra el propio empleo de los dioses paganos) de las fórmulas construidas por el paganismo.

El período en que se corrompe el cristismo es el período en que libera más energía; el período en que sus elementos, descomponiéndose, pasan a existir en forma independiente, es el período donde cada uno de ellos puede mostrar mejor lo que es.

Nadie se admire de que el romanticismo esté contaminado de metafísica panteísta: el cristismo, en su filosofismo neoplatónico substantivo, siendo emanacionista, es panteísta. Sólo no ve ni comprende este hecho quien no haya resuelto, por el análisis, el sistema religioso cristista en sus verdaderos elementos constitutivos.


De los elementos constitutivos del cristismo, vemos que el elemento humanitario decadente aparece en la Revolución Francesa; que el elemento místico, neoplatónico y gnóstico, surge en el florecimiento de las escuelas ocultistas; que el elemento imperialista, aparte de acentuarse claramente dentro del catolicismo tentativamente renaciente, aparece en las naciones occidentales con un sello de brutalidad y de incomprensión de las leyes sociales que no deja olvidar el origen en el imperio de la decadencia; que, finalmente, el cosmopolitismo (is this the 4th element? verify!) asume un carácter acentuado en aquellas naciones que no se ocupan de un imperialismo claro. ¿Qué sucedió, mientras, con el quinto elemento cristista: el paganismo sobre el cual el cristismo se erigió y vitalizó?

Si el cristismo fuese una religión nueva, verdaderamente sustituta del paganismo, diríamos que, muy naturalmente, el elemento pagano había desaparecido, y que el cristismo se fortalecía por fin, unificándose. Pero, además de que ya sabemos que el cristismo se construyó sobre el paganismo, al que prolonga, vemos que, lejos de unificarse, el cristismo se disuelve, y que sus elementos, que actuaban hasta allí unos junto a otros, aunque ya en disolución, se separan claramente unos de otros. ¿Cuál de ellos es típico del cristismo? Ninguno, porque el cristismo era todos ellos juntos. Estamos, pues, en verdad, frente a la disolución final del cristismo.

El elemento pagano, sin embargo, no se perdió. Vimos que ese elemento fue el que, a través de todo, dio objetividad al espíritu cristista y el que le evitó los más graves excesos del cristismo legítimo. Vimos que la subsistencia del elemento pagano alentó el arte cristista y evitó que el romanticismo fuese, como debía ser, su fenómeno constante. Con la disolución del cristismo, ¿hacía dónde se trasladó el espíritu de objetividad? La respuesta es patente: pasó hacia la ciencia. Esto es, pasó hacía aquel fenómeno moderno que es precisamente el más característico de la época. Con eso comenzó, sustancialmente, la repaganización del mundo.

La única fuerza verdadera y segura del mundo moderno es la ciencia positiva. La ciencia objetiva: he aquí el nuevo elemento de equilibrio de la subjetividad liberada que entró en el mundo. Para convertirse en un principio verdaderamente preponderante, a la ciencia le falta salir realmente de los laboratorios y de las cátedras, y humanizarse. Ahora bien, la humanización suprema es, como vimos en el comienzo de este libro, la religión, y, como allí también vimos, para que un principio se vuelva conductor de una sociedad y sea verdaderamente representativo de ella, ha de volverse su religión.

Una religión proveniente de la ciencia, que es esencialmente objetiva, ha de ser una religión absolutamente objetiva. Vimos, en el inicio de este estudio, que la pura religión objetivista es el paganismo. Por donde se descubre que, con el incremento del valor de la ciencia, con la extensión de sus conquistas y la propagación de su técnica mental, el paganismo comenzó a renacer.

Está probado pues que el renacimiento del paganismo comenzó a operarse.

La fuerza de disolución inherente al cristismo como sistema decadente estaba, a pesar de ser fuerte y constante, en cierto modo atenuada en cuanto el cristismo más o menos mostraba cohesión, esto es, en cuanto sus principios constitutivos no se habían individuado, o lo habían hecho solo en parte. El progreso, comenzó mal en nuestra civilización, comenzó por disolver el cristismo, porque éste, como sistema decadente, se le oponía. Comenzando a disolverlo, continuó disolviéndolo. Llegó la disolución al punto que acabamos de señalar. Antes de eso, más allá de todo, el hecho de que el paganismo siempre estuviese en el fondo del cristismo le prestaba la cohesión íntima de objetividad latente. Ahora no.

Pero si el cristismo, cuando era coherente, actuaba ya en forma tan disolvente que, para progresar, era menester destruir al cristismo, que cada conquista de la civilización fuera una victoria ganada a la religión cristiana, mucho mayor fue el poder disolutor del cristismo una vez que se descompuso en sus diversos elementos, individuándose cada uno de ellos. Mucho mayor, tanto porque la acción de cuatro cosas separadas, todas en un sentido (el mórbido, aquí), es mayor que la de todas ellas juntas en una (cuando se trate de acción de disolución y no de fuerza), como porque la acción separada de elementos que formaron parte de un todo es, de por sí, disolvente.

Además de esto, la liberación de los elementos individuados del cristismo, dando unidad a cada uno de ellos, le multiplico la fuerza con que actuar.

Tan fuerte se tornó la acción disolutora, que naturalmente surgieron –puesto que se trata de una civilización desde el principio envenenada, pero no mortalmente envenenada, pues no habría sido nunca, entonces, una civilización- reacciones diversas. Esas reacciones fueron de tres ordenes.

La primera fue la de unos de los elementos liberados sobre los otros. Así, el humanitarismo democrático y libertario reaccionaba contra el imperialismo; y éste contra aquél; el ocultismo accionaba contra el democratismo puramente laico, etc... El resultado de esta inter–reacción fue doble: en lo positivo, evitar que cada uno de los elementos, tornándose excesivamente dominador, pasase, en su calidad de mórbido, a destruir tiránicamente la civilización; en lo negativo, consumar la disolución del cristismo, puesto que, a medida que cada elemento combatía a otro, era el cristismo el que se combatía a sí mismo.

El segundo género de reacción fue el de las corrientes crististas en las que todavía había más de un elemento ligado contra las totalmente individuadas, y contra otras que contenían también más de un elemento, pero principalmente contra las individuadas. Así, la Iglesia Católica reaccionó contra el democratismo, contra el ocultismo, contra el objetivismo científico, contra el imperialismo no–suyo.

El tercer género de reacción fue el de la propia civilización contra los elementos individuados del cristismo. Así fue que, a medida que progresaba, por ejemplo, el humanitarismo democrático, las fuerzas naturales de la sociedad se rebelaron contra él, esbozando lentamente una orientación aristocrática. Este género de reacción apareció de dos maneras: como reacción de las fuerzas íntimas de la sociedad, pura y simplemente, y como reacción de las otras corrientes o elementos individuados del cristismo, que, para fines críticos, iban descubriendo verdades. Así, los defensores del catolicismo van contraponiendo al democratismo los principios aristocráticos inherentes a toda organización social; al lado del momentáneo beneficio que de ahí pueda derivar para la doctrina en nombre de la cual hacen esa crítica, ciertamente se beneficia la ciencia social.

Conviene no olvidar un punto importante. Las cosas, aquí descritas, de la manera en que están descritas, no corresponden fotográficamente a la realidad. No están extremados, en individuos y en corrientes, los campos y las doctrinas, como aquí las extremo. Pero yo hago ciencia, no descripción. La luz del sol es blanca, como cosa vista; pero está compuesta de los siete colores del espectro, como realidad científica. Estas corrientes, que apunté, y a las que llamé los elementos individuados del cristismo, no están individuadas con la nitidez de personas humanas, que se destacan del ambiente por la forma de su cuerpo. Todo se mixtura y se interpenetra. Sobre todo se mixtura y se interpenetra en una época como la nuestra, donde los elementos activos en la sociedad son cuatro o cinco, donde las acciones son muchas, donde la confusión y la indisciplina son extraordinarias, y donde nadie sabe ni lo que quiere, ni siquiera lo que le falta.

Conviene tener esto siempre presente, para que no se confunda la vida con la explicación de la vida, la realidad visible con la realidad científica, la realidad sintética del mundo con la realidad analítica de la comprensión del mundo.

Comte tuvo una justa intuición cuando vio que la ciencia positiva, de por sí, no bastaba para orientar la sociedad y quiso, por tanto, convertir esa ciencia en una religión. Hijo de su tiempo, pese a todo, y oriundo, sin que lo supiese, del mismo vientre corrompido contra el cual se rebeló, ¿qué hizo él, qué quiso hacer? Construir, para forma vital de la ciencia, una religión de la humanidad, patente descendiente de la religión humanitaria de la Revolución Francesa. Memoriosos de tanta cosa que no vio mal, relevemos al pobre alienado de los desvíos que heredó de su época.

Más próxima de la verdad estuvo ya la intuición del científico Haeckel. Quiso sugerir una religión, dando como adorables las fuerzas de la Naturaleza. En verdad, la intuición es justa. Solo que un fenómeno intelectual de esta suerte no es una religión. La religión –lo sabe ya el lector de este libro- es de los sentidos y de la emoción directa y general. La religión de la época de la ciencia es el paganismo. La ciencia es hija del paganismo porque la ciencia es griega, la nuestra por lo menos. ¡Extraño caso el de un hombre que procura con ahínco encontrar una cosa que ya existe!

Reaccionando contra el misticismo democrático, el instinto mantenedor de las sociedades, guiado recientemente por el desarrollo y el esclarecimiento de la sociología, comienza a descreer, a combatir, a despreciar ese misticismo.

Reaccionando contra el misticismo ocultista (...) Pero aquí la reacción ha sido débil, en parte porque todavía no se comprendió bien cuánto se ha extendido el ocultismo, en parte porque, al no verse lo que es el ocultismo dentro del cristismo, no se ha visto el peligro que, como elemento de disolución, representa.

Reaccionando contra el imperialismo, afirmado supremamente en esta guerra por Alemania, se acentúa el principio sano y fuerte de la existencia de las pequeñas nacionalidades.

Reaccionando contra el cosmopolitismo, la presente guerra ha hecho funcionar el sentimiento patrio. Y, ya antes, las reconstrucciones del regionalismo ayudaban a esta reacción, como la anteriormente señalada.

Reaccionando contra el paganismo degenerado de Roma, el espíritu científico, a pesar de desvíos y tibiezas, continúa actuando, y continúa actuando porque la ciencia sigue siempre, y el espíritu científico sigue forzosamente con ella.

¿Qué resta hacer? Resta orientar todas estas reacciones. ¿Cuál es el sentido de estas reacciones? Vimos que convergen hacia el sentido pagano. Es preciso por tanto crear el paganismo para dar un sentido profundo, esto es, religioso, a este movimiento disperso, que se pierde por combatir elemento por elemento al cristismo en disolución, y por eso da treguas, ora a uno, ora a otro de sus elementos; puesto que cada elemento de combate no combate a todos los otros del cristismo.

Para el paganismo falta, por tanto, el paganismo. Faltaba restaurar la esencia del paganismo. ¿Cómo hacerlo?

No podía ser cosa hecha conscientemente. No podía serlo porque una religión nace de lo instintivo y no se puede construir como se construye un sistema metafísico. Tiene que nacer de la sensibilidad directa de las cosas. Que ya haya existido el paganismo no quiere decir que se pueda ir a buscarlo al pasado. Lo más que se iría a buscar sería una forma sin vida, el mero cuerpo muerto del paganismo. Debía, al darse el fenómeno verdadero del regreso al paganismo, surgir una sensibilidad pagana.

En esta altura surgió Alberto Caeiro.


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