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[Caeiro es más pagano que el paganismo...]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Ricardo Reis


A lberto Caeiro es más pagano que el paganismo, porque es más consciente de la esencia del paganismo que cualquier otro escritor pagano. ¿Cómo podría ser un pagano, si concebía la esencia de su psiquismo en oposición a un sistema diferente de sensibilidad, como es el cristianismo? Y cuando se abría el conflicto entre paganismo y cristianismo, en la ascensión de este último, ya la entorpecida y decadente mentalidad de los pueblos romanos era propiamente cristiana, y no pagana de ningún modo. El asunto se calibra bien cuando se medita en la tentativa de reacción de Juliano. Aquel emperador quiso, realmente, restablecer el paganismo en una época –¡ay de él!– en que el sentimiento ya no existía, sino tan sólo un culto de los dioses en que la esencia de superstición era más aquella que habría de ser típica del cristismo, que la de una especie cualquiera de genus paganismo. En las mismas ideas de Juliano se refleja la incapacidad de su tiempo para una reconstrucción del paganismo. Juliano era, propiamente, un mitraísta, lo que hoy se llamaría un teosofista o un ocultista. Su reconstrucción del paganismo se basaba, fantásticamente, en una fusión de éste con elementos orientales que la furia mítica de su tiempo había convertido en parte del espíritu de la época. Y así falló, en verdad, porque el paganismo había muerto, como mueren todas las cosas, salvo los Dioses y su inescrutable ciencia atormentadora.

Las consideraciones que vengo haciendo, las considero sobre todo aplicables a El Guardador de Rebaños. La otra parte de la obra de Caeiro, que no constituye sino fragmentos, la tengo por póstuma incluso en su composición. Desde El Pastor Amoroso, la sensibilidad de Caeiro se empaña, su inteligencia se nubla, y aunque del contacto de esa complejidad naciente con la esencial simplicidad del temperamento nazca ese extraño y original sabor que tales poemas revelan, la obra, aunque grande, ya no es la misma. Por un lado, le falta el equilibrio y la lucidez absoluta que son todo el valor real de la obra primitiva; por otro lado, en lo que conservan de rigurosamente semejante a El Guardador de Rebaños, no hacen sino repetirlo, en una forma siempre superior intelectualmente, pero con un contenido no siempre lo suficientemente nuevo que justifique que esos poemas se escriban estando ya escrito El Guardador de Rebaños.

Se dirá, todavía, comparando lo que Caeiro es con lo que describí como siendo el espíritu del pagano, que, por nítida que sea la concordancia entre el genio de la obra del poeta y la parte intelectual del paganismo, la semejanza falla un poco en lo que respecta a la sensibilidad, y mucho en cuanto a los principios predicados para que constituyan categorías de acción. Pero esos, que faltan, los tenía el paganismo por haber una sociedad pagana; el reconstructor moderno del paganismo puede, como Caeiro por un alto don de los Dioses, alcanzar la inteligencia y la sensibilidad del pagano; no puede nunca predicar la acción pagana porque la acción es social, y no hay sociedad pagana a que esa acción corresponda. Y además, como un individuo de sensibilidad pagana se siente aislado en nuestra sociedad, a su mentalidad de pagano se adiciona, por lo tanto, lo que proviene de su vida de aislado, por donde se ve que a la nitidez, a la (...) paganas se suma lo que no puede dejar de tener un pagano moderno aislado.

Pero yo encaro la obra de Caeiro no sólo en su aspecto de belleza, sino también en su aspecto de consuelo. Para el espíritu que se siente exiliado entre la confusión y la impericia de la vida contemporánea, hay momentos en que el peso de esa diferencia tan dolorosamente se acentúa, que es preciso cualquier reflejo de la placidez y de la grandeza antiguas para impedir que advengan las peores maldades de la desesperación. He sentido muchas veces, y con agudeza, esa sensación de exilio entre los objetos que el Cristianismo produjo. Nunca logré para ella remedio entre los autores de la antigüedad; ellos no conocieron nuestro mal de espíritu, y por eso no [...] escribir con relación a él. Son inocentes, aun los más contaminados. Leerlos exaspera el mal que la vida de hoy me causa. Es como un niño que jugase conmigo, exasperando mi mal de adulto con su simplicidad simple por demás.

En estas horas turbias la única fuente de consuelo para mí alma ha sido el manuscrito, que siempre me acompaña, de El Guardador de Rebaños. Él tiene toda la simplicidad, toda la grandeza, toda la potestad de las cosas que los antiguos tenían; pero, escrito ya en oposición a los tiempos modernos que lo vieron nacer, nos da ya como bálsamo lo que en los otros era sólo frescura; y donde los otros nos alegraban mal, como niños inexpertos, este nos consuela y acaricia como viejos prudentes y habituados a disculpar la vida.

Aunque no pudiese sentir como bellas las producciones de Alberto Caeiro, siempre las sentiría como consoladoras. Y por eso, aun cuando no les debiese el tributo de mí admiración, no podría negarles el de mi reconocimiento.

Como las dos razones para amar esta obra se juntan en mi espíritu, ella se levanta para mí, tanto por mi inteligencia como por mi sentimiento, encima de todas las otras obras que yo haya leído, y ellas incluyen, creo, lo que de más noble y de más tranquilo la antigüedad nos legó, desde la inspiración matutina de Homero o de Hesíodo hasta la dolorosa posesión de sí de un Epicteto o de un Marco Aurelio (o de un Antonino).


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