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[Las interpretaciones modernas del paganismo]

[texto manuscrito, tal vez 1916]

Ricardo Reis


Tan profundo es su presentimiento del alma pagana, que sus poemas, a pesar de su rítmica irregular, son perfectamente estatuales. Parecería, a priori, que poemas sin ritmo ni rima no debían poder [dar] una impresión de conjuntos perfectos. No es esto lo que sucede con los poemas de Caeiro. Parecen traducciones al lenguaje humano de poemas escritos en el idioma de los Dioses, que en la versión conservan el divino equilibrio, la divina calma, la unidad sobrehumana de obras de inmortales.

En cada verso reside la despreocupación de nuestras cosas pasajeras, un curioso y original [var.: extraño y nuevo] desprecio de lo transitorio, obtenido por un ascetismo estético y no moral; a la griega antigua, los ojos puestos en la belleza que no pasa y olvidando en ella el mundo contingente y voluble.

Está, otra vez, verdaderamente vivo, en carne, el ideal de los griegos de la antigua Hélade. Nuevamente miran ojos olímpicos el variado espectáculo del mundo. Nuevamente se forma una noción de la belleza, que nada tiene que ver con la moral, pero que no es formal como lo son todos los pretendidos inmoralismos modernos, obra eunuca de «estetas» de fingimiento, Wildes, Gautiers, y otros así, que tenían de la antigüedad una noción artificial y mezquina.

Los numerosos errores en que hemos sido educados por el ejemplo de las generaciones pasadas hacen que sea muy difícil una reforma del paganismo. El hombre, que desea llevar a los modernos de la mano, otra vez por el camino del Olimpo, tiene no sólo que desviarlos de la senda cristiana, lo que ya es difícil, sino también sacarlos de aquellos falsos atajos y cursos desviados por donde los han conducido los pretendidos renovadores o secuaces del viejo espíritu pagano. Todo cuanto en nuestros días se ha dicho sobre el paganismo peca por formal, por no alcanzar, más allá de las apariencias del paganismo, su íntimo espíritu vivo.

Tres fueron las interpretaciones modernas del paganismo; tantos fueron los errores sobre el espíritu pagano. Primero, vinieron los hombres del renacimiento italiano, que no vieron en el paganismo sino su amor por la belleza física y su culto por la perfección formal. Vinieron después, en una degeneración de ellos, los hombres secos y estrechos que constituyeron aquello a que se llama «espíritu clásico», y éstos del paganismo sólo vieron la perfección formal, el culto de la perfección; olvidando ya, porque de ordinario eran espíritus verdaderamente cristianos, el culto de la belleza en que eso otro asentaba, del que no era, verdaderamente, sino una parte. De ahí la seca y estéril legión de los hombres que dieron, durante largos años, leyes literarias al mundo. De ahí los Petrarcas y [...] De ahí la plebe estética de los Boideau, odiosa para siempre. En su mediocre [...] francés, tomaron por norma un equilibrio, una racionalidad vacía; sin reparar en que, para los antiguos, tal equilibrio, tal medida era, no una cosa definida, una primera regla de la estética, sino un límite, un freno puesto a la íntima y desordenada exuberancia que hay en todo sentimiento de belleza. No vieron que la perfección no es la belleza, sino una parte de ella; que la frontera no es la nación, sino lo que la define como tal.

No menos estrecha y falsa, si bien de otro modo [...], es la idea moderna del paganismo, que debemos a los esfuerzos mal empleados de una secta de artistas que comienza con Gautier y que halló su mayor representante en la persona de Oscar Wilde. Aquí el género de error es otro.

Un Wilde es, en realidad, tan estrecho y seco como un Boileau. Hoy, es difícil verlo, pero el futuro lejano no dejará de notarlo. Todo espíritu que nació pagano lo nota inmediatamente.

C[aeiro]: los últimos versos: Algunos de ellos, yo, de buena voluntad, no los publicaría. Son de un espíritu ya enfermo en que subrepticiamente la individualidad es traída por sí misma.

Un pensamiento pensado al rojo y después dejado enfriar en la mente hasta que se le pueda dar forma y contorno.

No quiero decir que los griegos pensasen como románticos y ejecutasen como estatuarios. No había, no podía haber, esa duplicidad en su espíritu. La acción de concebir y de ejecutar ya era así en el espíritu. El modo de concebir una obra de arte es ya el modo de ejecutarla.


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