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[Sobre la función social del arte]

[tal vez, 1916]


Pero, se preguntará, tal vez, ¿cómo acomodar este principio con el de la interdependencia de funciones que limita e integra en la vida el principio, correlativo, de la división del trabajo social? La respuesta es simple. La interdependencia de las funciones heterogéneas de la vida social no es del ámbito de la conciencia humana; pertenece, antes, a la parte de la vida social que es enteramente dominio de las fuerzas naturales que subyacen a toda actividad del hombre. El zapatero, cuando hace botas y zapatos, y sólo botas y zapatos, no está ejerciendo esa labor con la conciencia social de funcionar dentro del principio de la división del trabajo social, y de que entre esa ocupación y otras hay una interdependencia. El político, cuando hace su política, no piensa de momento sino en sus ambiciones personales y, a veces, en el destino del país que pretende gobernar; no se le ocurre, sino en momentos de reflexión, no propiamente políticos por lo tanto, que está adentro de aquellos dos principios, de que se trata, de la vida de las sociedades.

Por eso el artista, como estos otros miembros de la vida social, de los que acabamos de hablar, no tiene sino que ejercer su arte, cuidando de ejercerlo tan bien como pueda. Todas las otras consideraciones le deben ser ajenas: y así cumple el principio de la división del trabajo social, y lo cumple tanto mejor cuanto menos deja entrar en su arte elementos de preocupación con todo cuanto no lo sea. De la interdependencia de su actividad artística con las otras funciones sociales él no ha de preocuparse, porque eso está fuera de la esfera de cuanto pueda hacer.

¿Será, así, imposible el tipo de uomo universale? ¿Será imposible el individuo que, como extremo ejemplo, sea poeta, hombre de ciencia y político? No; eso puede ser, siempre que sea poeta cuando es poeta, político cuando es político y hombre de ciencia cuando es hombre de ciencia. No habrá error si en uno de esos cargos naturales contradijera él enteramente lo que expresa en los otros. La contradicción es inmanente a la propia naturaleza de tales cargos; emana de la ley natural por la cual ellos existen y se interrelacionan.

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Tampoco debe el artista preocuparse por la verdad de lo que describe. Le es lícito escribir un poema donde se violen todas las probabilidades, siempre que, es claro, la violación de esas probabilidades no implique directamente una falla en la naturaleza del poema, como sería por ejemplo, el anacronismo en un poema histórico, el error psicológico en un drama, etc. La verdad pertenece a la ciencia, la moral a la vida práctica. La facultad del espíritu que trabaja en la ciencia es la Inteligencia (Observación, Reflexión). La facultad que trabaja en la vida activa es la Voluntad. La facultad de la que depende el Arte es la Emoción. No tiene nada en común con las otras, a no ser, el ser humana como ellas.

En cuanto a la mala influencia ejercida por el Arte en la vida práctica, ese es uno de los delirios de los embriagados de la Inteligencia. El arte propaganda hace mal, porque, por ser propaganda, es siempre mal arte, y, por ser arte, es siempre mala propaganda.

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Al artista no tiene que importarle el fin social del arte, o, antes, el papel del arte dentro de la vida social. Esa es preocupación que compete al sociólogo y no al artista. El artista sólo tiene que hacer arte. Puede, es cierto, especular sobre el fin del arte en la vida de las sociedades, pero, al hacerlo, no está siendo artista sino sociólogo; no es un artista quien hace especulación, es simplemente un sociólogo.

Fernando Pessoa


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