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Notas para el recuerdo de mi maestro Caeiro [V]

[texto dactilografiado, 25/2/1931]

Alvaro de Campos


U na de las conversaciones más interesantes en que participó mi maestro Caeiro fue aquella, en Lisboa, en que estábamos todos los del grupo y en el acaso de hablar se discutió el concepto de Realidad.

Si no me engaño al recordar, esa parte de la conversación comenzó por una observación lateral de Fernando Pessoa a alguna cosa que se había dicho. La observación fue esta: “En el concepto de Ser no caben partes ni gradaciones; una cosa es o no es”.

“No sé si es exactamente así”, objeté yo. “Hay que analizar ese concepto de ser. Me parece que es una superstición metafísica, por lo menos hasta cierto punto…”

“Pero el concepto de Ser no es susceptible de análisis”, respondió Fernando Pessoa. “Su indivisibilidad comienza ahí”.

“El concepto no lo será”, repliqué, “pero su valor lo es”.

Fernando respondió: “¿Pero qué es el «valor» de un concepto independientemente del propio concepto? Un concepto, esto es, una idea abstracta no es susceptible ni de más ni de menos, y por lo tanto no es susceptible de valor, que es siempre una cuestión de más o de menos. Puede haber valor en el uso o en la aplicación, pero ese valor es del uso o de la aplicación y no del concepto en sí mismo”.

En esto interrumpió mi maestro Caeiro, que había estado oyendo mucho con los ojos está discusión bizantina. “Donde no puede haber más ni menos no hay nada”.



“Pero eso, ¿por qué?”, preguntó Fernando.

“Porque todo cuanto es real puede ser más o menos, y a no ser lo que es real nada puede existir”.

“Dé un ejemplo, Caeiro”, dije yo.

“La lluvia”, respondió mi maestro. “La lluvia es una cosa real. Por eso puede llover más y puede llover menos. Si usted me dijera: «esta lluvia no puede ser más y no puede ser menos», yo responderé, «entonces esa lluvia no existe». A no ser, es claro, que usted quiera decir la lluvia tal como es en ese momento: esa es la que es y si fuese más o menos sería otra. Pero yo quiero decir otra cosa…”

“Está bien, comprendí perfectamente”, interrumpí yo.

Antes que yo prosiguiese para decir ya no sé qué, Fernando Pessoa se volvió hacia Caeiro: “Dígame usted una cosa” (y apuntó con el cigarro): “¿Cómo considera usted un sueño? ¿Un sueño es real o no?”

“Considero un sueño como considero una sombra”, respondió Caeiro inesperadamente, con su acostumbrada prontitud divina. Una sombra es real pero es menos real que una piedra. Un sueño es real –sino no sería sueño– pero es menos real que una cosa. Ser real es ser así”.

Fernando Pessoa tiene la ventaja de vivir más en las ideas que en sí mismo. Se olvidó no sólo de que estaba argumentando, sino hasta de la verdad o falsedad de lo que oía: lo entusiasmaron las posibilidades metafísicas de esta teoría súbita, independientemente de su verdad o falsedad. Estos estetas son así.

“¡Eso es una idea admirable! ¡Y es originalísima! Nunca se me había ocurrido”

(¿Y este “nunca se me había ocurrido”?, tan ingenuamente sugeridor de la natural imposibilidad de que se le ocurra a otro cualquier cosa que no se le hubiera ocurrido ya a él, Fernando?)… “Nunca se me había ocurrido que se pudiese considerar la realidad como susceptible de grados. Eso, de hecho, equivale a considerar el Ser no como una idea propiamente abstracta sino como una idea numérica…”

“Eso es un poco confuso para mí”, dudó Caeiro [1] , “pero me parece que sí, que es eso. Lo que yo quiero decir es esto: ser real es que haya otras cosas reales, porque no se puede ser real a solas; y como ser real es ser una cosa que no es esas otras cosas, es ser diferente de ellas; y como la realidad es una cosa como el tamaño o el peso –sino no habría realidad– y como todas las cosas son diferentes, no hay cosas iguales en realidad como no hay cosas iguales en tamaño y peso. Siempre ha de haber una diferencia, aunque sea muy pequeña. Ser real es esto”.

“¡Eso todavía es más curioso!”, exclamó Fernando Pessoa. “Entonces usted considera la realidad como un atributo de las cosas; así parece ser, visto que la compara al tamaño y al peso. Pero dígame una cosa: ¿cuál es la cosa de la que la realidad es un atributo? ¿Qué es lo que está por detrás de la realidad?”

“¿Por detrás de la realidad?”, repitió mi maestro Caeiro. “Por detrás de la realidad no hay nada. Tampoco hay nada por detrás del tamaño, ni por detrás del peso”.

“Pero si una cosa no tiene realidad no existe, y puede existir sin tener tamaño ni peso…”

“No si es una cosa que por naturaleza tenga tamaño y peso. Una piedra no puede existir sin tamaño; una piedra no puede existir sin peso. Pero una piedra no es un tamaño y una piedra no es un peso. Tampoco una piedra puede existir sin realidad, pero la piedra no es una realidad”.

“Está bien”, respondió Fernando, entre impaciente, recolector de ideas inciertas, y huirle-el -suelo. “Pero cuando usted dice «una piedra tiene realidad», usted distingue piedra de realidad”.

“Distingo: la piedra no es realidad, tiene realidad. La piedra es sólo piedra”.

“¿Y eso que quiere decir?”

“No sé: está allí. Una piedra es una piedra y tiene que tener realidad para ser piedra. Una piedra es una piedra y tiene que tener peso para ser piedra. Un hombre no es una cara pero tiene que tener cara para ser hombre. Yo no sé por qué esto es así, ni sé incluso si hay por qué para esto o para cualquier cosa…”

“Usted sabe, Caeiro”, dijo Fernando reflexivamente: “usted está elaborando una filosofía más o menos contraria a lo que usted piensa y siente. Usted está haciendo una especie de kantismo suyo, creando una piedra-noúmeno, una piedra-en-sí. Le explico, le explico…” Y pasó a explicar la tesis kantiana y cómo lo que Caeiro había dicho se conformaba más o menos a ella. Después indicó la diferencia; o lo que, a su modo de ver, era la diferencia: “Para Kant esos atributos –peso, tamaño (no, realidad)– son conceptos impuestos a la piedra-en-sí por nuestros sentidos, o, mejor, por el hecho de que observamos. Usted parece indicar que esos conceptos son tan cosas como la propia piedra-en-sí. Pero eso es lo que torna su teoría difícil de comprender, mientras que la de Kant, verdadera o falsa, es perfectamente comprensible”.

Mi maestro Caeiro había oído esto con la mayor atención. Una u otra vez pestañeó como para sacudir ideas como sueños. Y después de pensar un poco, respondió:

“Yo no tengo teorías. Yo no tengo filosofía. Yo veo pero no sé nada. Llamo piedra a una piedra para distinguirla de una flor o de un árbol, en fin, de todo cuanto no sea piedra. Ahora, cada piedra es diferente de otra piedra, pero no es por no ser piedra: es por tener otro tamaño y otro peso y otra forma y otro color. Y también por ser otra cosa. Llamo piedra a una y a otra, a ambas piedra, porque son parecidas una a otra en aquellas cosas que hacen que la gente llame piedra a una piedra. Pero en verdad la gente debería dar a cada piedra un nombre diferente y propio, como se hace con los hombres; eso no se hace porque sería imposible disponer tanta palabra, pero no porque fuese error…”

Fernando Pessoa interrumpió: “Dígame una cosa, para esclarecer todo: ¿usted admite una «piedredad», por así decir, así como admite un tamaño y un peso? Así como usted dice esta piedra es mayor –esto es, tiene más tamaño– que aquella, o «esta piedra tiene más peso que aquella», ¿dirá usted también «esta piedra es más piedra que aquella? O, en otras palabras, ¿«esta piedra tiene más piedredad que aquella»?”

“Sí, señor”, respondió al instante mi maestro, “Yo estoy dispuesto a decir «esta piedra es más piedra que aquella». Y estoy dispuesto a decir esto si ella fuere mayor que la otra, o tuviere más peso, porque el tamaño y el peso son necesarios a una piedra para ella ser piedra… o, principalmente, si tuviere más completamente que otra todos los atributos, como usted les llama, que una piedra tiene que tener para ser piedra”.

“¿Y cómo llama usted a una piedra que ve en sueños?”, y Fernando sonrió.

“Le llamo un sueño”, dijo mi maestro Caeiro, “Le llamo un sueño de una piedra”.

“Comprendo” y Fernando gesticuló. “Usted –como se diría filosóficamente– no distingue la sustancia de los atributos. Una piedra es una cosa compuesta de un cierto número de atributos –los necesarios para componer aquello a que se llama piedra– y de una cierta cantidad de cada atributo, que es lo que da a la piedra determinado tamaño, determinada dureza, determinado peso, determinado color, que la distinguen de otra piedra, siendo con todo piedras ambas porque tienen los mismos atributos, aunque en cantidad diferente. Pero esto equivale a negar la existencia real de la piedra: la piedra pasa a ser simplemente una suma de cosas reales…”

“¡Pero una suma real! Es la suma de un peso real y de un tamaño real y de un color real y así sucesivamente. Y por eso es que la piedra, además del tamaño, del peso, etc., tiene realidad también… No tiene realidad como piedra: tiene realidad porque es una suma de atributos, como usted les llama, todos reales. Como cada atributo tiene realidad, la piedra también la tiene”.

“Volvamos al sueño”, dijo Fernando. “Usted a una piedra que ve en sueños la llama un sueño, o, cuando mucho, un sueño de una piedra. ¿Por qué dice «de una piedra»? ¿Por qué emplea la palabra «piedra»?”

“Por la misma razón que usted cuando ve mi retrato, dice «este es Caeiro» y no quiere decir que sea yo en carne y hueso”.

Nos echamos todos a reir. “Comprendo y desisto”, dijo Fernando riendo con nosotros. Les dieux sont ceux qui ne doutent jamais. Nunca comprendí tan bien la frase de Villiers de l’Isle Adam.

Esta conversación me quedó grabada en el alma; creo que la reproduje con una nitidez que no está lejos de ser taquigráfica, salvo la taquigrafía. Tengo la memoria intensa y clara que es una de las características de ciertos tipos de locura. Y esta conversación tuvo un gran resultado. Está claro que fue inconsecuente como todas las conversaciones, y que sería fácil probar que, frente a una lógica rigurosa, sólo quien no habló no se contradijo. En las afirmaciones y respuestas de mi maestro Caeiro, interesantes como siempre, un espíritu filosófico puede encontrar reflejos de lo que en verdad serían sistemas diferentes. Pero, al conceder esto, no creo en esto. Caeiro debía estar seguro y tener razón, aun en los puntos en que no la tuviese.

Por lo demás, esta conversación tuvo un gran resultado. Fue en ella que Antonio Mora bebió la inspiración para uno de los capítulos más asombrosos de sus Prolegómenos; el capítulo sobre la idea de Realidad. En todo el decurso de la conversación, fue Antonio Mora el único que no dijo nada. Se limitó a oír con los ojos parados para adentro las ideas que se habían estado diciendo. Las ideas de mi maestro Caeiro, expuestas en esta conversación con la precipitación intelectual del instinto, y, por tanto de un modo forzosamente impreciso y contradictorio, fueron convertidas, en los Prolegómenos, en un sistema coherente y lógico.

No pretendo disminuir el valor realísimo de Antonio Mora. Pero, así como la base de todo su sistema filosófico nació, según el mismo lo dice con orgullo abstracto, de la simple frase de Caeiro, “La naturaleza es partes sin todo”, así una parte de ese sistema –el maravilloso concepto de la Realidad como “dimensión”, y el concepto derivado de “grados de realidad”– nació precisamente de esta conversación. Lo suyo a su dueño, y todo a mi maestro Caeiro.

*

[texto manuscrito, 25/2/1931]

Ricardo Reis escuchaba, pero parecía menos atento a cualquier resultado lejano de esas palabras que a un eco de ellas en alguna parte. Después de leer lo que Reis escribió, percibí. Nacía el sol contra las cornisas de los viejos templos, y salía sangre del sacrificio seco de los arúspices en aquella alma. En alguna encarnación anterior –vida o metáfora– los dioses antiguos habían sido una realidad para aquel ser; y él los veía ahora de nuevo, revelados por este niño crecido, y sabía que le eran verdaderos.

A su modo, Ricardo Reis también despertaba.




[1] “…y Fernando se ruborizó pues no le gusta que le llamen confuso, aunque muchas veces lo sea, al igual que la humanidad que lo incluye, vedado…”


1 comentario:

Francisco Campos dijo...

Madre de Dios.

No ha parido el universo nada más grande que Fernando Pessoa. Dado que él es un propio universo.

Genial.

Enhorabuena por el blog :)

cenci6