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[Caeiro no sólo nos enseña la libertad, sino también la liberación]

[texto manuscrito]

Antonio Mora


Regreso de los Dioses

Caeiro

Partiendo de un estado de intuición confuso y complicado, donde la mixtura de la heredada mentalidad cristista con la original sensación pagana emerge todavía en un nivel de sensibilidad naturalista completamente parecido a la emotividad de Francisco de Asís, el poeta, en la ruta del conocimiento progresivo de su destino y de su temperamento (de su destino temperamental), poco a poco se aproxima a la expresión intelectual que verdaderamente cuadra con su tendencia objetivista. En el inicio, como en el caos, todo se mezcla y se confunde. Con la formación definida de las ideas-maestras de la inspiración, ésta se fija y se radica; cesan las contradicciones, o, donde no cesan, se explican; la índole destinada del espíritu florece; se forma, en el hombre, el poeta; o el objetivismo absoluto encuentra su definidor.

Parecería, en principio, que la obra mejor nos serviría si, elaborada cautamente, en los escondrijos del alma, sólo fuese dada a la expresión cuando el poeta hubiese alcanzado la madurez de sus conceptos y de la filosofía en que se apoya. Nos sería ahorrada, así, la contemplación de las hesitaciones, de las nebulosas y las incoherencias en que un espíritu se debate, cuando –de esta especie o de otra- lucha todavía por liberarse.

Pero, en verdad, aunque con eso peligrase la perfecta proporción y belleza de la obra, no puedo lamentar que esa obra nos muestre, además de, al final, el espíritu definido y completo, en el principio y en el medio la preparación dolorosa de ese espíritu para completarse.

En la obra, tal cual está, recogemos la enseñanza que viene de contemplar los caminos, los procesos por donde un espíritu, abandonado el error, busca y encuentra la verdad. En las primeras formas, confusas e indecisas todavía, el espíritu busca desprenderse de los errores atávicos, procura crearse a sí mismo la mentalidad que conviene a su intuición de las cosas verdaderas. Lentamente lo hace. Poco a poco se desviste de las taras heredadas, y, así, en su proceso liberador, prefigura la lucha que ha de tener la civilización consigo misma para llegar al punto donde él llegó. Vemos cómo se llega al paganismo, saliendo del Cristismo. Nada se pierde con ver cuál es la especie de duda que caracteriza el principio del viaje, cuáles los caminos por los que el espíritu llega al fin del mismo. ¡Titánica lucha! ¡Maravilloso espíritu el que, entablándola, venció!

Mostrándonos no sólo las consecuencias de la victoria, y el legado de la conquista, sino también los incidentes del combate, los episodios a vencer, él nos da no sólo un resultado, sino también una lección. No sólo nos enseña la libertad, sino también la liberación.

Aquellos de nosotros que no necesitan saber el camino, sino solamente la meta, tienen allí la meta; aquellos que, para alcanzar la meta, tienen necesidad de saber el camino, ven allí el camino. A fuertes y a débiles la obra instruye. Perfecta, sería sólo para los fuertes. Perfeccionándose, sirve a fuertes y débiles.

Alabo, por ende, la intuición que consintió en presentar la educación objetivista de un espíritu y no sólo su objetivismo final. La teoría y la práctica de la liberación quedan, así, patentes, y, por patentes, aprovechables.


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