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[La lengua define y forma la Nación]

El sentido de Portugal


L a primera verdad de la sociología –ciencia, además, conjetural e imperfecta- es que la humanidad no existe. Existe, sí, la especie humana, pero en un sentido solamente zoológico: existe la especie humana como existe la especie canina. Fuera de eso la expresión «humanidad» puede tener solamente un sentido religioso: el de ser todos hermanos en Dios, o en Cristo. Entre el sentido zoológico, que está más acá, y el religioso, que está más allá, de la sociología, no cabe sentido ninguno. Sociológicamente, no hay humanidad, esto es, la humanidad no es un ente real.

En la realidad social sólo hay dos entes reales: el individuo, porque está de veras vivo, y la nación, porque es la única manera como esos entes vivos, llamados individuos, se pueden agrupar socialmente de un modo estable y fecundo. La base mental del individuo, precisamente por ser un individuo, es el egoísmo, y los individuos pueden agruparse sólo en virtud de un egoísmo superior, al mismo tiempo propio y social. Ese egoísmo es el de la patria, en que nos reintegramos en nosotros a través de los otros, fuertes de lo que no somos.

La base de la patria es el idioma, porque el idioma es el pensamiento en acción, y el hombre es un animal pensante, y la acción es la esencia de la vida. El idioma, por ser una tradición verdaderamente viva, concentra en sí, indistintiva y naturalmente, un conjunto de tradiciones, de maneras de ser y de pensar, una historia y una memoria, un pasado muerto que sólo en él puede revivir. No somos hermanos, aunque podamos ser amigos, de los que hablan una lengua diferente, pues con eso muestran que tienen un alma diferente. Estamos, en este mundo, divididos por naturaleza en sociedades secretas diversas, de las que somos iniciados por nacimiento, y cada uno tiene, en su idioma y en lo que está en él, su toque propio, su propio santo y seña[1].

Todo lo demás que forma grupos adentro de la vida nacional –la familia, la región, la clase- son ficciones intermediarias, unas medio físicas, otras medio económicas, y, si asumen demasiada importancia en la vida nacional, son elementos de desintegración de ella. De la consciencia excesiva de clase nace el comunismo. De la conciencia excesiva de la región nace el separatismo. De la conciencia excesiva de la familia nace ese egoísmo, tan deplorable socialmente como el directo, que hace que un hombre evite defender a la patria porque su muerte puede perjudicar a los hijos, o hurtarse de hacer obras de arte, con que la patria se ilustre, porque ha de ganar para dar a esos hijos de comer.

Todas las relaciones sociales entre individuos son esencialmente relaciones mentales, porque, a pesar de decirlo la Iglesia, el hombre es de hecho un animal racional. Pero la vida –social u otra- es esencialmente acción, y el pensamiento en acción es la palabra, hablada o escrita (y la palabra escrita es la palabra hablada para quien no nos puede oír, ya sea porque está lejos, ya sea porque todavía no ha nacido). La base de las relaciones sociales es, por lo tanto, el idioma: no somos hermanos, socialmente hablando, sino de aquellos que hablan nuestra lengua –y tanto más cuanto más hablen nuestra lengua, esto es, cuanto más pongan en ella, como nosotros, por ser su y nuestra lengua madre, toda la sentimentalidad instintiva, toda la tradición acumulada, que la estructura, el sonido, el juego sintáctico e idiomático traen en sí. Desde que dos regiones de la misma lengua se separen en estados diferentes, inmediatamente comienza a establecerse una diferenciación en la estructura de la lengua; sutil e impalpable a veces, acentuada otras, pero la separación en dos patrias tiende siempre a ir volviéndose una separación en dos idiomas.

La base de la sociabilidad, y por tanto de la relación permanente entre los individuos, es la lengua, y es la lengua con todo cuanto trae en sí y consigo la que define y forma la Nación. Estamos, en este mundo, divididos por naturaleza en sociedades secretas diferentes, en las que somos iniciados por nacimiento; y cada uno tiene, en el idioma que es suyo, su propio santo y seña.

Sucede todavía que, siendo el egoísmo la base de la vida individual, por ser justamente vida individual, nada podría durar ni persistir en este mundo si no tuviera su base en el egoísmo. El egoísmo es, por naturaleza, antisocial, pues cada individuo, por ser él, es opuesto a todo los otros. No podría, por lo tanto, haber vida social si no fuera posible encontrar una forma social del egoísmo, alguna cosa que sea, por así decir, una síntesis del egoísmo y de la sociabilidad. Pero si la base de la socia(bi)lidad es el idioma, la base de la vida social es forzosamente la patria, fundada en la comunidad de idioma. Como fenómeno egoísta, se opone a todas las otras patrias, y de ahí la guerra, como el más natural y espontáneo de todos los fenómenos sociales. Como fenómeno antiegoísta, genera la fraternidad entre los hombres, pudiendo así preparar, en los más cultos o más nobles, una comprensión de las patrias de los otros, y una cierta fraternidad antiguerrera –por lo menos en los intervalos de las guerras-, un consecuente intercambio de [...] y de ahí dos fenómenos, comunes a toda la vida histórica de la humanidad: la guerra, que es el egoísmo centrífugo, y el comercio, que es el egoísmo centrípeto de la nación.

Fernando Pessoa



[1] En el original: «palavra de passe».


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