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[Caeiro: el objetivismo absoluto]

[texto dactilografiado, tal vez 1917]

Ricardo Reis


T ampoco se asemeja al politeísmo de la India, y la diferencia fue apuntada, con una distinción sutilísima y justa, en una frase de Herodoto, donde se dice que los dioses de la India eran (son) de forma humana, pero los de Grecia de naturaleza humana (intercalar los términos griegos).

Caeiro, en su objetivismo total, o, antes, en su tendencia constante hacia un objetivismo total, es frecuentemente más griego que los propios griegos. Dudo que griego alguno escribiese aquella frase culminante de El Guardador de Rebaños:

La Naturaleza es partes sin todo,

donde el objetivismo va hasta su conclusión fatal y última, la negación de un Todo, que la experiencia de los sentidos no autoriza sin la intromisión, para el caso externa, del pensamiento. Aquí, como en otros puntos, es Caeiro, como digo, más griego que los griegos.

Hablo de mí, porque, finalmente, de nadie mejor podría hablar. También me entrego, conforme puedo y la índole me indica, al mismo ejercicio literario que Caeiro. Y en las composiciones con que los dioses me conceden que yo entretenga mis ocios, yo soy, discipularmente, del mismo paganismo que Caeiro, agregándole sin embargo la forma más precisa que la esencia me parece necesitar, y la creencia en la realidad exterior y absoluta de los Dioses antiguos, que mí índole religiosa me pide sin que yo pretenda hurtarme a esa solicitación. Pero sin Caeiro todo esto me sería imposible. Yo soy, es cierto, un pagano nato. Por un lusus naturae, cuya razón no sé, pero que es curioso que aconteciese a poca distancia en el tiempo de aquel que Caeiro representa, nací con un temperamento tal, que el objetivismo me es natural y propio. Pero, repito, yo hubiera quedado, cuando mucho, preso de un malestar instintivo e inexplicable, descreyente en el cristismo y sin creencia posible, si no me hubiese llegado la revelación de la obra de Caeiro. Yo era como el ciego de nacimiento, en quien hay sin embargo la posibilidad de ver; y mi conocimiento de El Guardador de Rebaños fue la mano del cirujano que me abrió, con los ojos, la vista. En un momento se me transformó la Tierra, y todo el mundo adquirió el sentido que yo tuviera instintivo en mí. Expongo estos hechos, no sólo para mostrar lo que es, en un terreno apropiado, la influencia de la obra de Caeiro, como para que el lector, sabiéndome así grato, y por cuanto soy grato, pueda dar en mis palabras el descuento que juzgue que se deba dar a lo que en ellas, de excesivo o de deformador, haya puesto mí grata admiración. Dicho esto, paso de mí, y voy al caso general de lo que esta obra ingente representa.

En algunas de las consideraciones que aquí fueron hechas recogió ya el lector avisado, que ya lo haya sido de la obra, algunos elementos para comprender a qué me refiero.

Que la obra de Caeiro representa una tendencia creciente (dentro de El G[uardador] de [Rebaños]) hacia el objetivismo absoluto no hay que dudarlo, puesto que para no dudar basta leer. Repárese en que ese objetivismo absoluto está al mismo tiempo en lo instintivo primario de las emociones y de los sentidos, y en lo instintivo derivado de las ideas, porque esta obra es, como todas las grandes obras de todos los tiempos, un compuesto homogéneo donde, a la par de la profunda originalidad de los géneros de emociones, está la profunda originalidad de las ideas, sus pares, que las acompañan, y donde, a la par de la profundidad que comportan esas ideas y esas emociones, está la gran simplicidad de la forma y de la expresión ideativa.

Tengo por seguro que muchos que de los lean esta obra, dirán, llegados a su fin, que es excesivamente simple y fácil de hacer. Tendremos, una vez más, el viejo caso, ya secularmente proverbial, del huevo de Cristóbal Colón. Nada hay más fácil que hacer cosas análogas, una vez vista esta; por cierto que nada hay más fácil. Es proverbial que el segundo paso no cuesta, y menos cuesta cuando el primer paso ha sido dado por otros. No crea, sin embargo, un poetastro cualquiera de entre los lectores que, a no ser el plagio vulgar o el calco directo de Caeiro, es fácil escribir en este género, cosas que sean sentidas y fuertes. Ni crea –mucho menos lo crea– que es fácil, lo que es posible, hacerlas originales dentro de la misma orientación.

Incluso, aunque que nada de todo esto fuese verdad, y esta obra nada tuviese de original, de profundamente nuevo, restaría por cierto –y eso es innegable, en medio de las obras poéticas de nuestra época, que la introspección excesiva vuelve estériles, o la preocupación de la violencia vuelve absurdas, o el prejuicio social pone lejos del arte- un manantial de pureza y de frescura. Cuando más no pudiésemos ir buscar a la obra de Caeiro, podríamos siempre ir a buscar la Naturaleza. Llena de pensamiento, ella nos libra de todo el dolor de pensar. Llena de emoción, nos libra del peso inútil de sentir. Llena de vida, nos pone aparte del peso irremediable de la vida que es forzoso que vivamos.

Y así, aunque que no fuese de la grandeza que yo creo que es, sería, todavía, grande y rica. Hay horas en que creo, finalmente, que la verdad completa estará en la unión de estas dos opiniones, y que la obra de Caeiro es mayor todavía, porque, a la par de su originalidad profunda y reveladora, ella es una cosa natural que encanta y libera. Son las horas en que, sin que yo olvide lo que es de renacimiento pagano, busco tan sólo consolarme en ella de las malicias y de las injusticias de la vida. Voy entonces a beber en estos versos inmortales la tranquilidad y el reposo. Porque esta obra, fuera de ser lo que es de innovador, es un reposo y una redención, un refugio y una liberación.

[Variante:] Voy entonces a beber en estos versos inmortales la tranquilidad y el sosiego. Porque esta obra que, salvo por la forma, es completa, es un refugio, además de ser una redención; y es un reposo, sobre ser una liberación.


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