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[Caeiro, Pascoaes, Whitman, Reis, Campos...]


T anto Caeiro como Pascoaes encaran la naturaleza de un modo directamente metafísico y místico, ambos encaran la Naturaleza como lo que hay de importante, excluyendo, o casi excluyendo, al Hombre y la Civilización, y ambos, finalmente, integran todo lo que cantan en éste, su sentimiento naturalista. Esta base abstracta tienen en común: pero en el resto son, no diferentes, sino absolutamente opuestos. Tal vez Caeiro proceda de Pascoaes; pero procede por oposición, por reacción. Pascoaes vuelto al revés, sin sacarlo del lugar donde está, esto da: Alberto Caeiro.

Caeiro, del mismo modo que Whitman, nos deja perplejos. Somos arrancados de nuestra actitud crítica por un fenómeno tan extraordinario. Nunca vimos nada como él. Incluso después de Whitman, Caeiro es extraña, terrible y asombrosamente nuevo. Incluso en nuestra época, cuando creemos que nada puede causarnos asombro o gritar novedades, Caeiro nos asombra y respira novedad absoluta. Ser capaz de hacer esto en una época como la nuestra es prueba definida y final de su genio.


Es tan nuevo que por momentos se hace difícil concebir claramente toda su novedad. Es nuevo por demás y su excesiva novedad perturba la visión que de él tenemos, como todas las cosas excesivas perturban la visión, aunque sea una completa novedad el hecho de ser la propia novedad la cosa excesiva y perturbadora de la visión. Pero es esto mismo lo notable. Incluso la novedad y el modo de ser nuevo son novedades en Caeiro. Es diferente de todos los poetas de manera diversa a aquella que hace ser a todos los grandes poetas diferentes de otros grandes poetas. Tiene individualidad propia diferente a la de todos los poetas que lo precedieron. A este respecto Whitman es totalmente inferior. Para explicar Whitman, inclusive en una base que admita en él toda la originalidad concebible, basta pensar que amó intensamente la vida y de ahí brotan sus poemas como de una mata de flores. Pero el mismo método no se aplica a Caeiro. Aun si pensamos en él como un hombre que vive fuera de la civilización (hipótesis imposible, sin duda), como un hombre de una visión excepcionalmente clara de las cosas, no produce esto lógicamente en nuestro espíritu un resultado semejante al de El Guardador de Rebaños. La propia ternura por las cosas como simples cosas que caracteriza el tipo de hombre que suponemos (proponemos), no caracteriza a Caeiro. Habla por momentos tiernamente de las cosas, pero nos pide perdón por hacerlo así, explicando que sólo habla así en consideración a nuestra «estupidez de sentidos», para hacernos sentir «la existencia absolutamente real» de las cosas. Entregado a sí mismo, no tiene ternura por las cosas, difícilmente demuestra cualquier ternura incluso para con sus sensaciones. Aquí tocamos en su gran originalidad, su casi inconcebible objetividad. Ve las cosas solamente con los ojos, no con la mente. No consiente que cualquier pensamiento surja, cuando mira hacia una flor. Lejos de ver sermones en piedras, jamás consiente concebir una piedra iniciando un sermón. Para él el único sermón que una piedra contiene es que ella existe. La única cosa que una piedra le dice es que nada tiene absolutamente que decirle. Se puede concebir un estado de espíritu semejante a este. Pero no se puede concebir en un poeta. Esta manera de mirar hacia una piedra puede ser descrita como la manera totalmente no-poética de mirar hacia ella. El hecho estupendo respecto de Caeiro es que fuera de ese sentimiento, o antes, de esa ausencia de sentimiento, él hace poesía. Siente positivamente aquello que hasta aquí no podía ser concebido sino como un sentimiento negativo. Preguntad a vosotros mismos: ¿qué pensáis de una piedra cuando miráis hacia ella sin pensar en ella? Se llega a esto: ¿que pensáis de una piedra cuando no pensáis en ella absolutamente? La pregunta es totalmente absurda, sin duda. Lo extraño en eso es que toda la poesía de Caeiro se basa en aquel sentimiento que halláis imposible imaginar como capaz de existir. Tal vez haya conseguido éxito en mostrar la extraordinaria naturaleza de la inspiración de Caeiro, la novedad fenomenal de su poesía, toda su actitud y su genio asombrosamente sin precedentes.

Dicen que Alberto Caeiro lamentó que el nombre de «sensacionismo» hubiese sido dado a su actitud y a la actitud que él creó, por un discípulo suyo –discípulo un tanto extraño, es verdad- el Sr. Alvaro de Campos. Si Caeiro protestó contra la palabra, como posiblemente pareciendo indicar una «escuela», al igual que el Futurismo, por ejemplo, estaba en su derecho y por dos razones, pues la propia sugestión de escuelas y movimientos literarios suena mal cuando es aplicada a una especie de poesía tan incivilizada y natural. Y además de eso, aunque tenga él, por lo menos, dos «discípulos», el hecho es que ejerció sobre ellos una influencia igual a aquella que algún poeta –Cesário Verde, tal vez– ejerció sobre él: ninguno de ellos se le asemeja en absoluto, aunque, en verdad, bastante más claramente que la influencia de Cesário Verde sobre él, pueda ser vista su influencia en toda la obra de ellos.

Pero el hecho es que –una vez puestas de lado esas consideraciones— ningún nombre podría describir mejor su actitud. Su poesía es «sensacionista». Su base es la sustitución del pensamiento por la sensación, no sólo como una base de inspiración –lo que es comprensible- sino como medio de expresión, si así podemos decirlo. Y añádase que sus dos discípulos, diferentes como son de él y cada uno del otro, son también en verdad sensacionistas. Pues el Dr. Ricardo Reis, con su neoclasicismo, su efectiva y real creencia en la existencia de las deidades paganas, es un puro sensacionista, aunque una especie diferente de sensacionista. Su actitud frente a la naturaleza es tan agresiva para con el pensamiento como la de Caeiro; no descubre significados en las cosas. Las mira apenas y si parece verlas diferentemente de Caeiro es porque, aunque viéndolas tan intelectualmente y tan poco poéticamente como Caeiro, las ve a través de un definido concepto religioso del universo: paganismo, puro paganismo, y esto necesariamente altera su propio modo directo de sentir. Pero es pagano porque el paganismo es la religión sensacionista. Sin duda, un sensacionista puro e integral como Caeiro no tiene, bastante lógicamente, ninguna religión, toda vez que la religión no se encuentra entre los datos inmediatos de la sensación pura y directa. Pero Ricardo Reis expuso de modo bien claro la lógica de su actitud como puramente sensacionista. De acuerdo con él, no sólo nos deberíamos inclinar delante de la pura objetividad de las cosas (de ahí su sensacionismo propiamente dicho y su neoclasicismo, pues fueron los poetas clásicos los que menos comentaron, por lo menos directamente, las cosas), sino inclinarnos igual delante de la objetividad, de la realidad, de la naturalidad de las necesidades de nuestra naturaleza, una de las cuales es el sentimiento religioso. Caeiro es el sensacionista puro y absoluto que se inclina frente a las sensaciones qua exterior y nada más admite. Ricardo Reis es menos absoluto; se inclina también frente a los elementos primitivos de nuestra propia naturaleza, siendo nuestros sentimientos primitivos tan reales y naturales para él como flores y árboles. Reis es, por tanto, religioso. Y, toda vez que es un sensacionista, es pagano en su religión, lo que se debe no sólo a la naturaleza de la sensación que fuera concebida como admitiendo una religión de alguna especie, sino también a la influencia de aquellas lecturas clásicas a que su sensacionismo lo habían inclinado.

Bastante curiosamente, Álvaro de Campos está en el punto opuesto, enteramente opuesto a Ricardo Reis. Con todo no es menos que éste último un discípulo de Caeiro y un sensacionista propiamente dicho. Aceptó de Caeiro no solamente la parte esencial y objetiva de su actitud, sino la deducible y subjetiva. La sensación es todo, afirma Caeiro, y el pensamiento es una enfermedad. Caeiro significa por sensación, la sensación de las cosas como son, sin agregar a esto cualesquiera elementos de pensamiento personal, convención, sentimiento o cualquier otro lugar del alma. Para Campos, la sensación es de hecho todo pero no necesariamente la sensación de las cosas como son, y sí de las cosas como son sentidas. De modo que toma la sensación subjetivamente y aplica todos sus esfuerzos, una vez pensando así, no en desarrollar en sí mismo la sensación de las cosas como son, sino todas las especies de sensaciones de las cosas y hasta de la misma cosa... Sentir es todo: es lógico concluir que lo mejor es sentir toda especie de cosas en toda especie de modos, o, como Álvaro de Campos dice, «sentir cada cosa de todas las maneras». Así, se aplica a sentir la ciudad como siente el campo, lo normal como lo anormal, lo que es malo como lo que es bueno, lo mórbido como lo saludable. Nunca hace preguntas, siente. Es el hijo indisciplinado de la sensación. Caeiro tiene una disciplina: las cosas deben ser sentidas como son. Ricardo Reis tiene otra especie de disciplina: las cosas deben ser sentidas, no solamente como son, sino también de modo que coincidan con cierto ideal de medida y de regla clásica. En Álvaro de Campos, las cosas deben ser simplemente sentidas.

Pero el origen común de esos tres aspectos, ampliamente diferentes, de la misma teoría, es patente y manifiesto.

Caeiro sólo tiene una ética: la simplicidad. Ricardo Reis tiene una ética pagana, medio epicureísta y medio estoica, pero una ética bien definida, que proporciona a su poesía una elevación que el propio Caeiro, dejando aparte la maestría, el genio mayor, no puede obtener. Alvaro de Campos no tiene sombra de ética: es amoral, sino positivamente inmoral, pues, sin duda, de acuerdo con su teoría, es natural que debiese preferir las sensaciones más fuertes a las más débiles, y las sensaciones fuertes son todas, por lo menos, egoístas y ocasionalmente las sensaciones de la crueldad y de la lujuria. De modo que Alvaro de Campos es de los tres el que más se asemeja a Whitman. No posee, sin embargo, nada de la camaradería de Whitman: está siempre distanciado de la multitud y cuando siente con ella es bien clara y confesadamente para su propio placer y concederse sensaciones brutales. La idea de que una niña de ocho años sea pervertida (Oda II, ad finem) (Oda Triunfal) le es positivamente agradable, pues tal idea satisface dos sensaciones bien fuertes: crueldad y lujuria. Lo más que se puede calificar de inmoral en lo que Caeiro dice es que no se preocupa del sufrimiento de los hombres, y que la existencia de gente enferma sólo es interesante por ser un hecho. Ricardo Reis no tiene nada de esto. Vive consigo, con su fe pagana y su triste epicureísmo, pero una de sus actitudes es precisamente no herir a nadie. Nada quiere saber absolutamente de los otros, ni incluso lo bastante para interesarse por sus sufrimientos o por su existencia. Es moral porque se basta a sí mismo.

Se puede decir, comparando esos tres poetas con los tres ordenes de espíritus religiosos y comparando el sensacionismo, de momento (tal vez impropiamente) con una religión, que Ricardo Reis es el espíritu religioso normal de aquella fe; Caeiro el puro místico; Álvaro de Campos el ritualista excesivo. Pues Caeiro pierde la visión de la Naturaleza en la naturaleza, pierde la visión de la sensación en la sensación, pierde la visión de las cosas en las cosas. Y Campos pierde la visión de la sensación en las sensaciones.

Fernando Pessoa


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