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Notas para el recuerdo de mi maestro Caeiro [VI]

[texto dactilografiado, 25/2/1931]


Alvaro de Campos


Nunca altero lo que escribo”, me dijo una vez mi maestro Caeiro. “Si así lo escribí es porque así lo sentí, y nada tiene para el caso que hoy sienta de un modo diferente. Mis poemas se contradicen muchas veces, bien lo sé, pero ¿qué importa, si yo no me contradigo? Hay cosas en algunos de mis poemas, ¿sabe?, que yo no sería capaz de escribir ahora, en ocasión ninguna. Pero las escribí entonces, y esa fue la ocasión en que las escribí. Por eso quedan como están”.

Y, a mi pedido, ejemplificó:

“Mire, por ejemplo, varias cosas en el poema sobre el Niño Jesús. Hoy sería incapaz, ni por distracción, de decir que «la dirección de mi mirada es su dedo indicando». Sería incapaz de decir que «él juega con mis sueños» y vuelve unos patas arriba y pone unos encima de otros, y otras cosas así. En fin, sería incapaz de escribir el poema hoy, y finalmente eso es que quiere decir todo”.

Defendí el poema, las propias frases que Caeiro incriminaba en él.

“No, no tiene defensa. Son absolutamente falsas. La dirección de una mirada no es un dedo: es la dirección de una mirada. No se juega con sueños como si fueran piedras o cajas de fósforos vacías. Y todo aquello mismo no es nada. Fue una distracción mía y yo también existo en mis distracciones, aunque distraídamente”.

“Me acuerdo perfectamente de cómo escribí ese poema. El Padre B… había estado allá en casa hablando con mi tía y estuvo diciendo tantas cosas que me irritaron que yo escribí el poema para respirar. Es por eso que está fuera de mi respiración vulgar. Pero el estado de irritación es un estado falso en mí; por eso el poema no es enteramente congruente conmigo, sino sólo con mi irritación y con la persona excesiva que la irritación es cuando la gente la tiene”.

“Hoy, si estuviese irritado –lo que ya es muy difícil que suceda– no escribiría nada. Dejaría a la irritación irritarse. Después, cuando sintiese voluntad de escribir, escribiría. Dejaría escribirse al escribir”.

“Todavía hoy, de vez en cuando, escribo uno u otro poema con el que no concuerdo: pero lo escribo. Así como encuentro interesante a toda la gente por no ser yo, a veces encuentro interesante uno u otro momento en que no soy yo. En todo caso, hoy ya no me es posible apartarme tanto de lo que quiero como en el poema sobre el Niño Jesús. Puedo alejarme de mí, pero ya no me alejo de la Realidad”.

Durante unos momentos, Caeiro estuvo silencioso. Después agregó:

“El poema de los actuales en que más me aparté de mí es aquel que escribí el mes pasado, después de aquella conversación entre Ricardo Reis y Antonio Mora sobre el paganismo y los dioses”. (Se refería al poema… de los “Inconjuntos”).

“Los oí, y me puse a imaginar cómo se imaginaba una religión. Y evoqué que debería ser así. Por eso escribí el poema, no como acto poético sino como acto de imaginación… Sí, como si estuviese contando un cuento a un niño. Tenía que poner por allá al Príncipe… Yo también puedo hacer cuentos de hadas; pero sólo una vez, es claro…”

“Hay otro poema suyo”, dije yo, “que está un poco en esas condiciones”. Y, como Caeiro vislumbrase la pregunta, “Es aquel en que usted, hablando de un hombre en una casa iluminada, a la distancia, dice, cuando deja de ver al hombre, que él dejo de ser real”. (Se trata, como es evidente, del poema… de los “Inconjuntos”):

“Yo no digo que dejó de ser real: digo que dejó de ser real para mí. No quiero decir que dejase de ser visible para quien se encuentre donde lo vea. Dejó de ser visible para mí, hasta puede haber muerto”.

“¿Usted admite, entonces, dos formas de realidad?”

“Mucho más que dos”, respondió inesperadamente mi maestro Caeiro.

“Usted bien ve… Aquella silla es silla y aquella silla es madera y aquella silla es la sustancia de la que está hecha la madera, y que no sé lo que es en la química, y aquella silla es tal vez –con certeza es– muchas otras cosas más. Pero las es todas. Si la veo es principalmente silla; si la toco es principalmente madera; si la mordiese y probase el sabor de la madera, sería principalmente la composición de la madera. Son como el lado derecho y el lado izquierdo, y el frente y las espaldas de cualquier cosa. Todos los lados son reales, cada uno de su lado. El hombre que yo dejé de ver sería real, pero lo era de otro lado; como yo no estaba de ese lado, dejó de ser real para mí”.


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