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¿Qué es la metafísica? Otra réplica de Alvaro de Campos a Fernando Pessoa

Nota publicada en Athena Nº 2, Lisboa, Noviembre de 1924. Se trata de una respuesta al artículo de presentación de la revista Athena , realizado por su director, Fernando Pessoa.

E n opinión de Fernando Pessoa, expresada en el ensayo «Athena», la filosofía –esto es, la metafísica– no es una ciencia, sino un arte. No creo que así sea. Me parece que Fernando Pessoa confunde lo que el arte es con lo que la ciencia no es. Ahora bien, lo que no es ciencia, no por eso es necesariamente arte; es simplemente no-ciencia. Piensa Fernando Pessoa, naturalmente, que como la metafísica no llega, ni aparentemente puede llegar, a una conclusión verificable, no es una ciencia. Olvida que lo que define una actividad es su fin; y el fin de la metafísica es idéntico al de la ciencia: conocer hechos, y no al del arte: sustituir hechos. Las ciencias realizan ese fin de conocer hechos –lo realizan unas más, otras menos– porque los hechos que pretenden conocer son definidos. La metafísica procura conocer hechos indefinidos o mal definidos. Pero, antes de conocidos, todos los hechos son indefinidos; y toda la ciencia, en relación con ellos, está en el estado de la metafísica. Por eso llamaré a la metafísica, no un arte, sino una ciencia virtual, puesto que tiende a conocer y todavía no conoce. Si permanecerá siempre virtual, si permanecerá o no; si hay otro “plano” o vida en que deje de ser virtual, son cosas que ni yo ni Fernando Pessoa sabemos, porque verdaderamente no sabemos nada.

Repare Fernando Pessoa en que la sociología es una ciencia tan virtual como la metafísica. ¿A qué conclusión, por escasa que sea, se llegó ya en sociología? Positivamente, a ninguna. Un congreso de sociología, ocupándose de, al menos, definir esa ciencia, no lo consiguió. La política moderna es tan complicadamente confusa porque el espíritu moderno nos obliga (tal vez sin razón) a buscar una ciencia para todo, y, como aquí no tenemos una ciencia sino sólo la preocupación de tenerla, cada uno toma por absoluta la sociología relativa, esto es, nula, que inventó o que, más o menos desvirtuada, asimiló de otro que tampoco sabía nada en el asunto. Compare Fernando Pessoa las discusiones de los escolásticos con, sobretodo, las de los socialistas, comunistas y anarquistas modernos. Es el mismo especulativismo de manicomio, salvo que los escolásticos eran sutiles, disciplinados en el raciocinio e inofensivos, y los modernos “avanzados” (como a sí mismos se llaman, como si hubiese “avance” donde no hay ciencia) son estúpidos, confusos y, dada la pseudo-semicultura de la época, incómodos. Discutir cuantos ángeles pueden convenientemente fijarse en la punta de una aguja, puede ser infructífero; pero no es menos infructífero –y es con certeza más divertido– que discutir cual será o debe ser el régimen humanitario (¿y por qué no anti-humanitario?) y equitativo (¿y por qué no más injusto y desigual que el presente?) en que vivirá la humanidad futura (¿y que sabemos nosotros, que ignoramos toda y cualquier ley sociológica, que desconocemos por tanto, aun bajo la acción de ellas, cuáles son las fuerzas naturales que actualmente nos rigen y nos arrastran y hacia adónde lo hacen, lo que será la humanidad futura, o que querrá –pues puede no querer para sí lo que cualquiera de nosotros quiere para ella–, o incluso si habrá humanidad futura o un cataclismo destructor de la tierra, de nuestra sociología todavía incompleta y de los humanitarismos de bizantinos que no saben leer?)

Repare todavía Fernando Pessoa en el hecho –que por otra parte cita en otra conexión– de que la ciencia tiende a ser matemática a medida que se perfecciona, para reducir todo a fórmulas “abstractas”, precisas, donde es máxima la liberación de las “ecuaciones personales”, esto es, de los errores de observación y coordinación producidos por la falibilidad de los sentidos y del entendimiento del observador [1]. Ahora bien, “fórmulas abstractas” es justamente lo que la metafísica procura. Y la matemática, en sus niveles “superiores”, confina con la metafísica, o, por lo menos, con ideas metafísicas. Todo esto no quiere decir, es cierto, que la metafísica venga a ser más que una ciencia virtual, o que no venga a ser más. Sólo quiere decir que ella es efectivamente, no un arte, sino una ciencia virtual.

Asombrarán tal vez de estas consideraciones los que leyeran mi Ultimátum, en “Portugal Futurista” (1917). En ese Ultimátum se lee sobre la filosofía una opinión que parece, salvo en que la precedió, exactamente la misma que la de Fernando Pessoa. Pero no es así. La conclusión práctica puede realmente ser idéntica, pero la conclusión teórica, que es la práctica para una teoría, es diferente.

Mi teoría, en resumen, era que: 1°) Se debe substituir la filosofía por filosofías, esto es, cambiar de metafísica como de camisa, sustituyendo la metafísica que busca la verdad por la metafísica que busca la emoción y el interés; y que 2°) se debe sustituir la metafísica por la ciencia.

Es fácil ver como esta teoría, teniendo en la práctica casi los mismos resultados que el pensamiento de Fernando Pessoa, es diferente de él. No rechazo la metafísica, rechazo las ciencias virtuales todas, esto es, todas las ciencias que no se aproximan todavía al estado “matemático”; pero, para no desaprovechar esas ciencias virtuales, que, porque existen, representan una necesidad humana, hago artes de ellas, o, antes, propongo que se haga artes de ellas –de la metafísica, metafísicas varias, buscando obtener sistemas del universo coherentes y divertidos, pero sin unirles intención alguna de verdad, exactamente como en arte se describe y expone una emoción interesante, sin considerar si corresponde o no a una verdad objetiva de cualquier especie.

Es por esta misma razón, porque sustituyo por partes las ciencias virtuales en el campo subjetivo, para no desamparar el deseo o ambición humana que las hace existir, y exige, como todos los deseos, una satisfacción aunque sea ilusoria, que sustituyo las ciencias virtuales por las ciencias reales en el campo objetivo.

Pongamos todavía más en claro la discordancia entre mi posición y la de Fernando Pessoa. Para él la metafísica es esencialmente arte, y la sociología, de la que no habla, es, naturalmente, ciencia. Para mí son, ambas e igualmente, esencialmente ciencias, sin llegar a serlo sin embargo todavía, ni tal vez nunca, pero por una razón extrínseca y no intrínseca. Propongo pues que se sustituyan por artes en cuanto no son efectivamente ciencias, lo que puede ser que suceda siempre, dándose entonces en la práctica, entre mi teoría y la de Fernando Pessoa, aquella coincidencia de efectos que no es rara entre teorías no sólo diversas, sino absolutamente opuestas.

Esclarezco todavía más... La metafísica puede ser una actividad científica, pero también puede ser una actividad artística. Como actividad científica, por virtual que sea, procura conocer; como actividad artística, procura sentir. El campo de la metafísica es lo abstracto y lo absoluto. Ahora bien, lo abstracto y lo absoluto pueden ser sentidos, y no sólo pensados, por la simple razón de que todo puede ser, y es, sentido. Lo abstracto puede ser considerado, o sentido, como no-concreto, o como directamente abstracto, esto es: relativa o absolutamente. La emoción de lo abstracto como no-concreto –esto es, indefinido– es la base, o incluso la esencia, del sentimiento religioso, incluyendo en este sentimiento tanto la religiosidad del Más Allá, como la religiosidad laica de una humanidad futura, porque, desde que se forma una visión de una humanidad definitiva, o de un ideal político definitivo, esto es, absoluto, se siente no concretamente, porque se siente en referencia a la realidad concreta, pero en oposición al “flujo y reflujo eterno”, que es la base de ella. La emoción de lo abstracto como abstracto –esto es, definido– es la base, o incluso la esencia, del sentimiento metafísico. El sentimiento metafísico y el religioso son directamente opuestos, lo que se ve claramente en la infecundidad metafísica (la falta de grandes originalidades metafísicas) en épocas como la nuestra, en que la especulación social utópica es el fenómeno saliente, y no habría metafísica alguna si no hubiese deficiencia de la otra parte del espíritu religioso, y aquella libertad de pensamiento que estimula toda especie de especulación; o como la Edad Media, perdida en la adaptación teológica de metafísicas griegas, y en cuya noche tenebrosa sólo de vez en cuando brilla metafísicamente el astro breve de una herejía.

El sentimiento religioso es enteramente irracionalizable, no puede haber teología, o sociología utópica, sino por engaño o enfermedad. El sentimiento metafísico es racionalizable, como todo sentimiento de una cosa definida, que basta que se vuelva enteramente definida para que se convierta en materia racional, o científica. Propongo yo, simplemente, que la materia de la metafísica, en cuanto no está enteramente definida, y por tanto en estado de pensarse, y la metafísica hacerse ciencia, sea al menos sentida, y la metafísica sea arte; visto que todo, bueno o malo, verdadero o falso, tiene al final, porque existe, un derecho vital a existir.

Mi teoría estética y social en el Ultimátum se resume en esto: en la irracionalización de las actividades que no son (por lo menos todavía) racionalizables. Como la metafísica es una ciencia virtual, y la sociología es otra, propongo la irracionalización de ambas –esto es, la metafísica vuelta arte, lo que la irracionaliza porque le saca de su finalidad propia; y la sociología vuelta sólo política, lo que la irracionaliza porque la hace práctica cuando ella es teórica. No propongo la sustitución de la metafísica por la religión y de la sociología por el utopismo social, porque eso seria, no irracionalizar, sino subracionalizar esas actividades, dándoles, no una finalidad diversa, sino un grado inferior al de su propia finalidad.

Es esto, en resumen, lo que defendí en mi Ultimátum. Y las teorías, política y estética, enteramente originales y nuevas, que propongo en esa proclamación, son, por una razón lógica, enteramente irracionales, exactamente como la vida.



Nota

[1] Conviene que, para prevención de los legos, se haga una observación, aunque disgresiva, a ese respecto. Las ciencias, al aproximarse al estado matemático, se tornan más precisas: es no obstante dudoso que, por eso, se tornen más ciertas. Tanto los matemáticos puros como los legos en matemática tienden a atribuir a esta ciencia un carácter de “certeza” que no es necesariamente exacto. La matemática es un lenguaje perfecto, nada más. Queda a considerar la relatividad de los propios principios matemáticos –no la simple relatividad condicional, conocida hace mucho por todos los que saben que para mucha aplicación práctica, esto es, verdaderamente científica, de la matemática, es preciso introducir coeficientes de corrección; sino una relatividad ciertamente incondicional, sobradamente demostrada ya, por ejemplo en geometría, por la existencia de geometrías no-euclidianas, tan “ciertas” en la aplicación como la “clásica”. Conviene todavía avisar a esos mismos legos que la expresión “relatividad” es aquí empleada en su sentido tradicional y lógico y no en el sentido, por otra parte infeliz y absurdo, en que se llama “de la relatividad” a la teoría de Einstein, que es simplemente una teoría, primero limitada, después generalizada, del movimiento relativo.

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