[texto manuscrito]
Antonio Mora
En esta obra vemos la materia primordial del paganismo, la materia que, al recibir la forma, la recibe pagana. Lo que los paganos no dijeron, aquí está dicho; y por eso esta obra es el verdadero renacimiento del paganismo.
El Destino, nadie lo sabe. Lo que ha de venir, no lo dan los dioses a saber. Pero acaso fue de este humilde portugués, que vivió desconocido y contento, que habló, hace tiempo, la profecía oscura de Nostradamus:
Au plus profond d’ […]
Si tal alcance en el espacio y tiempo está destinado a esta obra, nadie, repito, lo puede decir. Lo que sé es que de este margen del mundo, le plus profond de l’occident d’Europe, no salió ni podrá salir voz que ofrezca a la tierra mayor novedad intelectual.
Inconstante es la fama y los tiempos inciertos. Todo puede suceder. Una justicia, sin embargo, tienen los dioses para con quien se les asemeja. Y si los dioses tienen el poder de cambiar las formas de la naturaleza, poder semejante al de los dioses es el de cambiar las formas de conocer esa naturaleza. Así lo hizo este hombre.
Quien lea lo que él escribió, y lo comprenda, cuando levante los ojos del libro encontrará un nuevo mundo. ¿Qué decir? Un nuevo mundo, no: el mundo más antiguo de todos; el mundo real tal cual los dioses nos lo dieran, el rostro primero y constante de la tierra verdadera, de las cosas reales y de los hombres en su naturalidad.
Quien lea esta obra y no le yerre el sentido, no podrá dudar más de la certeza externa de las cosas, que el espiritualismo de nuestros mayores veló y el criticismo de nuestros padres olvidó.
Gran cosa es, y magna obra, revelar al mundo, no como Cristo, lo que no se ve ni se puede ver, sino, como este hombre, lo que siempre se vio y siempre podrá ser visto.
Y cuando no fuera la virtud que la obra tiene, por verdadera, quedaría aun la que le cabe, por sana. Su lectura es un exorcismo para los malos sueños, la magia simple con que se ahuyenta a los espectros y retornan lívidos al Erebo los miasmas de la noche y de la muerte. Así como en lo alto de las montañas el aire es distinto, y el paisaje otro, aquí la mente es más pura y el espíritu más vasto y reposado.
Aquí la fiebre de nuestros sueños cristianos se calma, y se cura la enfermedad de nuestras ambiciones estériles y de nuestras agitaciones incansables. Obra digna, seguramente, del amor de los dioses, esta que, sin hablar de ellos, no es sino el sentido de su culto. A un tiempo metafísica nueva y religión antigua; esta obra es un reposo y un libramiento, un refugio y una liberación.
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