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[El arte es sólo la expresión de una emoción]

[texto manuscrito, tal vez 1910]

Texto con la indicación: H. of a D. ou Estética. Las iniciales se refieren a History of a dictatorship; libro sobre la historia de la dictadura de João Franco que Pessoa tenía el proyecto de escribir.


El arte es sólo y simplemente la expresión de una emoción. Un grito, una simple carta, pertenecen, uno al arte de cantar, la otra a la literatura, inevitablemente.

El propio gesto es artístico según es interpretación de una emoción o no. Porque en el gesto existe el fin del gesto y la expresión de ese fin. Una cosa se reporta a la voluntad, la otra a la emoción. Elegancia o deselegancia de un gesto significan conformidad o no-conformidad con la emoción que expresa. Así una estatua del dolor es la fijación de los gestos que muestran el dolor, y será tanto más bella cuanto más justa y exactamente represente por esos gestos la emoción del dolor, cuanto más adaptados en todo fueren esos gestos al mostrar esa emoción.

Fernando Pessoa


[Autoanálisis]

[texto mecanografiado, tal vez 1910]


Es necesario ahora que diga qué especie de hombre soy. Mi nombre, no importa, ni cualquier otro pormenor exterior a mí mismo. Debo hablar de mi carácter.

La constitución entera de mi espíritu es de hesitación y de duda. Nada es o puede ser positivo para mí; todas las cosas oscilan alrededor de mí, y, con ellas, una incertidumbre para conmigo mismo. Todo para mí es incoherencia y cambio. Todo es misterio y todo está lleno de significado. Todas las cosas son “desconocidas”, simbólicas de lo Desconocido. En consecuencia, el horror, el misterio, el miedo demasiado inteligente.

Por mis propias tendencias naturales, por el ambiente que me rodeó en la infancia, por la influencia de los estudios realizados bajo el impulso de ellas (de esas mismas tendencias), por todo esto mi carácter es de la especie interiorizada, concentrada, muda; no autosuficiente, sino perdida en sí misma. Toda mi vida ha sido de pasividad y de sueño. Todo mi carácter consiste en el odio, en el horror, en la incapacidad que invade todo cuanto en mí existe, física y mentalmente, para actos decisivos, para pensamientos definidos. Nunca tuve una decisión nacida de un autocomando, nunca una denuncia exterior de una voluntad consciente. Todos mis escritos quedaron inacabados; siempre nuevos pensamientos se interponían, asociaciones de ideas extraordinarias e inexcluibles, de término infinito. No puedo evitar el odio que tienen mis pensamientos de ir hasta el fin; respecto a una simple cosa, surgen diez mil pensamientos y millares de inter-asociaciones con esos diez mil pensamientos y carezco de voluntad para eliminarlos o detenerlos, ni tampoco para reunirlos en un pensamiento central, donde sus pormenores sin importancia pero asociados se pueden perder. Se introducen en mí; no son pensamientos míos, sino pensamientos que pasan a través de mí. No pondero, sueño; no me siento inspirado, deliro. Sé pintar, pero nunca pinté; sé componer música, pero nunca compuse. Extrañas concepciones en tres artes, amables caricias de imaginación acarician mi cerebro; pero los dejo allí dormitar hasta que mueran, pues no tengo poder de corporizarlos, de convertirlos en cosas del mundo exterior.

El carácter de mi mente es tal que odio los comienzos y los fines de las cosas, porque son puntos definidos. Me aflige la idea de que se descubra una solución para los más altos y más nobles problemas de la ciencia y la filosofía; me horroriza la idea de que una cosa cualquiera pueda ser determinada por Dios o por el mundo. Me enloquece la idea de que las cosas más importantes puedan realizarse, de que los hombres pudiesen ser todos felices un día, de que se encuentre una solución a los males de la sociedad, mas en sus concepciones. Con todo, no soy malo ni cruel; soy loco y eso de un modo difícil de concebir.

Pese a haber sido un lector voraz y ardiente, no me acuerdo de ningún libro que haya leído, a tal punto eran mis lecturas estados de mi propia mente, sueños míos, y más todavía provocaciones de sueños. Mi propio recuerdo de acontecimientos, de cosas exteriores, es vago más que incoherente. Estremezco al pensar cuánto conservo en la mente de lo que ha sido mi vida pasada. Yo, el hombre que afirma que hoy es un sueño, soy menos que una cosa de hoy.

Fernando Pessoa


[Animado por la filosofía]

[texto manuscrito, tal vez 1910]

Era yo un poeta estimulado por la filosofía y no un filósofo con facultades poéticas. Me gustaba admirar la belleza de las cosas, descubrir en lo imperceptible, a través de lo diminuto, el alma poética del universo.

La poesía de la tierra nunca muere. Podemos decir que las eras pasadas fueron más poéticas, pero no podemos decir (...)

La poesía se encuentra en todas las cosas –en la tierra y en el mar, en el lago y en la margen del río. Se encuentra también en la ciudad –no lo neguemos– es evidente para mí, aquí, mientras estoy sentado, que hay poesía en esta mesa, en este papel, en este tintero; hay poesía en el rumor de los carros en las calles, en cada movimiento diminuto, común, ridículo, de un operario, que del otro lado de la calle está pintando el letrero de una carnicería.

Mi sentido íntimo predomina de tal manera sobre mis cinco sentidos que veo cosas en esta vida –lo acredito– de modo diferente a otros hombres. Hay para mí –había– un tesoro de significado en una cosa tan ridícula como una llave, un clavo en la pared, los bigotes de un gato. Hay para mí una plenitud de sugestión espiritual en una gallina con sus pollitos, atravesando la calle, con aire pomposo. Hay para mí un significado más profundo que las lágrimas humanas en el aroma del sándalo, en las viejas latas en un basural, en una caja de fósforos caída en la cuneta, en dos papeles sucios que, en un día ventoso, volarán y se perseguirán calle abajo. Es que la poesía es asombro, admiración, como de un ser caído de los cielos, tomando plena conciencia de su caída, atónito frente a las cosas. Como de alguien que conociese el alma de las cosas, y luchase por recordar ese conocimiento, recordando que no era así que las conocía, no bajo aquellas formas y aquellas condiciones, pero sin recordar nada más.

Fernando Pessoa