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[Semejante a Rousseau]

[texto manuscrito del 30/10/1908]


Jamás existió alma ninguna más amorosa o tierna que la mía, ningún alma tan llena de bondad, de compasión, de todo cuanto es ternura y amor. Con todo, ningún alma tan solitaria como la mía, solitaria, nótese, no en virtud de circunstancias exteriores, sino interiores. Me explico: juntamente con mi gran ternura y bondad un elemento de especie enteramente contraria penetró en mi carácter, un elemento de tristeza, de reconcentración, de amor propio por tanto, cuyo efecto es doble: desvirtuar e impedir el desarrollo y el pleno juego interno de aquellas otras cualidades, y obstaculizar, por afectar depresivamente la voluntad, su pleno juego externo, su manifestación. Deberé analizar esto, algún día examinaré mejor, discriminaré los elementos de mi carácter, pues mi curiosidad por todas las cosas, ligada a mi curiosidad por mí mismo y por mi propio carácter, conduce a una tentativa de comprensión de mi personalidad.

*

Por causa de esas características es que escribí, describiéndome a mí mismo, en “El Día del Escritor”:

Semejante a Rousseau...
Un misantrópico amor por la humanidad.

Tengo, como es notorio, muchas, muchísimas afinidades con Rousseau. En ciertas cosas nuestros caracteres son idénticos. El amor ardiente, intenso, inexpresable por la humanidad, y la porción de egoísmo contrabalanceándolo, es una característica fundamental de su carácter e igualmente del mío.

*

Mi intenso sufrimiento patriótico, mi intenso deseo de mejorar las condiciones de Portugal provoca en mí –como expresar con qué calor, con qué intensidad, con qué sinceridad– mil planes que, incluso si un hombre pudiese realizarlos, tendría que poseer una característica que, en mí, es puramente negativa: la fuerza de voluntad. Pero sufro –hasta el límite mismo de la locura, lo juro– como si pudiese hacer todo y fuese incapaz de hacerlo, por deficiencia de voluntad. El sufrimiento es horrible. Me mantiene constantemente, lo afirmo, en los límites de la locura.

Y, después, incomprendido. Nadie sospecha de mi amor patriótico, más intenso que el de quien quiera que yo encuentre, de quien quiera que yo conozca. No lo muestro; ¿cómo sé entonces que ellos no lo poseen? ¿Cómo puedo decir que el cuidado de ellos no es igual al mío? Porque en algunos casos, en la mayor parte, el temperamento de ellos es enteramente diverso; porque en otros casos hablan de un modo que revela la inexistencia por lo menos de un nombre: patriotismo.

El calor, la intensidad –tierna, insumisa y ávida– de mi, nunca expresaré, (...)

Al lado de mis proyectos patrióticos –escribir “República de Portugal”, provocar una revolución aquí, escribir panfletos portugueses, editar viejas obras literarias nacionales, creación de un magazine, de una revista científica, etc.– otros planes, que me consumen por la necesidad de ser prontamente realizados (...) se combinan para producir un exceso de impulso que paraliza mi voluntad. El sufrimiento que esto produce no sé si puede ser descrito como al borde de la insania.

Se agregan a todo esto todavía otras razones de sufrimientos, algunos físicos, otros mentales, la susceptibilidad a cada cosa que pueda causar dolor (la misma que no causaría dolor alguno a un hombre normal), agréguese esto a otras cosas todavía, complicaciones, dificultades monetarias – júntese todo esto a mi temperamento fundamentalmente inestable y podréis sospechar cuál sea mi sufrimiento.

Una de mis complicaciones mentales –horriblemente inexpresable– es un temor a la locura, que él mismo es locura. Me encuentro, en parte, en aquel estado que Rollinat reveló como suyo, en el poema con que inició (creo) su libro “Nevroses”. Impulsos, criminales algunos, locos otros, alcanzando, en medio de mi agonía, una horrenda tendencia a la acción, una terrible muscularidad, sentida en los músculos, quiero decir, son comunes en mí y el horror de ellos y de su intensidad –mayores ahora que nunca en número y en intensidad– no puede ser descrito.

Fernando Pessoa


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