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[Arte y moral - II]

[texto manuscrito, tal vez 1914]


La cuestión del arte moral o inmoral –si el arte debe ser «art for art's sake», independientemente de la moralidad- a pesar de ser de muy simple solución, no ha dejado de ocupar desagradablemente a muchos pensadores, especialmente a los que desean probar que el arte debe ser moral.

En primer lugar, demos entera razón –es evidente que la tienen- a los estetas; el arte, en sí, tiene como fin únicamente la creación de belleza, independientemente de las consideraciones de ser moral o no. ¿Si esto es así, quién manda pues al arte a ser moral? La respuesta es simple: la moral . Lo manda la moral porque la moral debe regir todos los actos de nuestra vida y el arte es una forma de nuestra vida. Han errado aquellos que han querido hallar una razón dentro de la propia naturaleza del arte para que el arte sea moral. No existe esa razón donde la buscaron. El arte qua arte tiene como fin solamente la belleza. La razón que lo manda a ser moral existe en la moral, que es exterior a la estética; existe en la naturaleza humana.

El arte tiene dos caras: la puramente artística y la social. La artística es crear belleza: nada más. Como la belleza es una cosa independiente del consenso humano (a pesar de ser juzgada por él), como la belleza en sí, digamos, es independiente de las opiniones, el arte en su (...) social ningún otro fin tiene que la creación de belleza, sin otra consideración moral o intelectual.

Pero el arte tiene otra cara. Es la cara social. El artista es un hombre y un artista. Puramente artista, su obra, ya lo dijimos, sólo tiene por fin crear belleza, sólo una responsabilidad: frente a la Estética. Pero el artista vive en sociedad, publica sus obras de arte. Vive en sociedad como artista y vive en sociedad como hombre. Como artista su fin es uno solo: agradar. Como hombre su fin es uno solo: obtener gloria. Vemos pues que el artista se nos muestras bajo tres caras: como puramente artista (no teniendo otro fin que crear belleza), como al mismo tiempo artista y hombre (queriendo ver admirada esa belleza que creó), y finalmente como hombre (deseando la gloria, lo que es común a los otros hombres, generalmente a todos). El primer sentimiento es puramente impersonal; el segundo es entre personal e impersonal: desear ver admirada una obra de arte, aunque sea suya, no es enteramente egoísta; el tercero es enteramente personal.

Creemos haber dado, en estas palabras, la solución definitiva del problema.

Ahora bien, según estos tres modos del artista, está él sometido a diversas leyes. Como puramente artista ninguna otra ley tiene que la de seguir la estética. Pero buscando agradar ya se tiene que someter a otras leyes; la naturaleza de la humanidad es una sola, no se divide en estética, moral, intelectual, etc. Sólo la Estética personalizada es la que podría apreciar una obra de arte bajo el punto de vista puramente estético. La humanidad no; el amor de la belleza es fundamental en su alma: es arte; pero no sólo eso reside en ella, no sólo con eso critica y aprecia. Otros elementos entran inevitablemente en esta apreciación. Un gran poema revolucionario agradará más a un republicano que a un conservador, admitiendo en ambos, en cuanto a cualidades críticas, la misma dosis de estética.

Los hombres no aprecian sólo estéticamente, aprecian según toda su constitución moral. Por eso, cosas groseras, impuras, les desagradan, no en la parte estética de ellos, sino en la parte moral que no pueden desalojar de sí.

Fernando Pessoa


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