Una metafísica es un modo de sentir las cosas: ese modo de sentir las cosas puede, según el temperamento del individuo, tomar un carácter filosófico o un carácter artístico; en su forma menor, adquiere un carácter religioso.
Cuando acusaron a Lamartine de ser panteísta, se defendió alegando su pensamiento espiritualista, ortodoxo. No hay razón para dudar de lo que dijo; pero tampoco hay razón para dudar que fuese, en su temperamento artístico y, por ende, en su temperamento todo, un panteísta. Su generación sentía panteísticamente, pensase como pensase.
Pero el pensamiento panteísta no es más que una forma más intensa de sentir el universo. Las metafísicas tienen gradación; son modos más o menos intensos, más o menos lúcidos, de sentir el Universo. El materialismo está en el más bajo nivel, representa una sensibilidad mínima frente al Universo, un concepto estético reducido, porque no vive la vida de las cosas en grado superior. Por eso no hay grandes poetas materialistas (porque Lucrecio es un filósofo materialista) ni los poetas materialistas emplean imágenes brillantes, original o característicamente.
Lo que cumple al neopagano es hacer todo esto conscientemente. El neopagano admite todas las metafísicas como aceptables, exactamente como el pagano aceptaba a todos los dioses en la larga capacidad de su panteón. No procura unificar en una metafísica sus ideas filosóficas, sino realizar un eclecticismo que no se propone saber la verdad, por creer que todas las filosofías son igualmente verdaderas.
El neopagano se convencerá de que, escribiendo, realiza su sentimiento de la Naturaleza. Según la intensidad de ese sentimiento, una u otra debe ser la metafísica en que se apoya. Ciertas horas de la Naturaleza piden una metafísica diversa de la que otras exigen.
El argumento psicológico: Todo se tornará comprensible cuando hayamos advertido bien (lo que ha pasado sin el estudio necesario) cuál es el papel de la religión en el alma humana. Ahora bien, ese papel se nos presenta bajo tres aspectos, conforme la religión actúe sobre la inteligencia, sobre las emociones, o propiamente sobre el carácter, esto es, la norma general de acción, de comunicación con nuestros semejantes (distinto este aspecto del emotivo, en que emotivo significa aquí tan sólo del individuo en su intimidad espiritual).
El papel intelectual del sentimiento religioso es, en primer lugar, el de estabilizador y disciplinador de la inteligencia. No lo es en el equivocado sentido en que cierta escuela francesa reciente, emanada del triste sistema llamado positivismo, procura darle; esa escuela aplica la religión como un remedio, cuando la religión, si la frase se me permite, es, por el contrario, una salud. Por lo menos, es una gran fiesta metafísica, un divertimento trascendente, en el teatro iluminado de estrellas del extraordinario universo.
No es como remedio para los posibles abusos de la inteligencia que la religión vive y sirve; si así fuese, no habríamos sino de dar toda la razón a sus enemigos, que contra ella se levantan en nombre de la libertad –y en libertad la religión, cuando bien la entendemos, excede, finalmente, toda otra actividad del espíritu.
La religión es disciplinadora de la inteligencia en el sentido de que le da una base sobre la que confiadamente asentar. Puede argüirse que tal función implica una restricción del pensamiento, una limitación de su libertad. Entendámonos escrupulosamente sobre el asunto. En primer lugar, al poner semejante argumento, se sobrentendió arbitrariamente que la religión existe en un espíritu naturalmente tendiente a rebelarse contra ella; pero se hablaba, naturalmente, de un espíritu cualquiera, de un espíritu solamente humano, no de un espíritu irreligioso. ¿Luego, de qué sirve, a la sociedad, la libertad de pensamiento, que se juzga coartada con el sentimiento religioso? (Porque no debemos olvidar que es en relación a su utilidad que estamos tratando tanto de la religión como de la ciencia.) La libertad de pensamiento tiene dos sentidos: la libertad exterior del pensamiento, y la libertad interior. Por la primera se entiende la libertad de cada individuo poder exponer sus opiniones sin que por eso sufra del Estado. Por la segunda se entiende la libertad de pensar lo que quiera, a solas consigo, o declaradamente, sin que dentro de su espíritu se sienta por eso constreñido o violando cualquier regla o ley.
En cuanto a la libertad exterior de pensamiento, nada hay en la religión –en una religión sana- que la perjudique; que la religión antiguamente oprimió en este sentido ya se sabe, como también ya se sabe que ésas eran las circunstancias de la época.
Ahora, en lo que respecta a la libertad interior de pensamiento. ¿No será un dique al progreso del espíritu humano, que la religión domine desde adentro el pensamiento, que le imponga determinadas bases? A esta objeción hay dos respuestas. La primera es que el progreso no es sino la evolución de una forma sin que un contenido cambie; de otro modo, habría, no ya evolución, sino salto, discontinuidad, y lo que sabemos de la naturaleza no nos permite sostener esa tesis. De modo que la religión en este punto está de acuerdo con la naturaleza, o mejor diciendo, con Dios, como no podía dejar de ser. ¿Pero cuál es la base que la religión proporciona? La base metafísica, la base de lo inteligible, la base de lo vago, de lo indefinido. Ahora, si reparamos bien en ello, veremos que ésta es la verdadera base del progreso. Si un elemento del progreso ha de ser estable, para que otro pueda ser progresivo, sin que sea fútil y extranatural, lo lógico es que el elemento estable sea aquel en el que no puede haber evolución, en el que no puede haber concreción, en el que no puede haber determinación. Ese elemento es el elemento metafísico. En la metafísica no hay evolución, porque la metafísica no es una ciencia, no se puede obtener la certeza en metafísica; hay sistemas que se alternan, bajo formas diferentes, pero ellos, en el fondo, son pocos, un número determinado, son solamente esos; cada época interpreta esas hipótesis con las luces que tiene, y la mentalidad que creó. Y es inútil decir que en la metafísica no hay concreción, no hay determinación, porque de lo que es incierto no puede haber certeza. La religión ofrece a los hombres una cierta tesis metafísica, que les impone que ellos crean. Bien. Es ése el fondo estable e inalterable sobre el que ellos han de apoyar sus tesis fluctuantes y evolutivas en materias extra-metafísicas. Si la religión no asentase en una base metafísica cierta, estable, tendríamos una inversión de las condiciones de todo progreso, porque habría una in-estabilización del propio fondo. La ausencia de sentimiento religioso tiene esto de pésimo: que es la ausencia de todo progreso, porque es ausencia de toda base, de todo punto de apoyo para progresar.
Es vulgar ya la constatación de que una teoría científica a veces, siendo falsa, vale por los descubrimientos a que conduce. Es que constituyó una base, sobre la cual, aceptándola, se trabajó. Pero después, dirá el lector, la teoría, reconocida falsa, se abandona... Está muy bien. En este mundo, como nada sabemos de esencial, no sabemos si la religión será falsa, no sabemos siquiera lo que es ser falso; pero después del Universo veremos si se debe abandonar o no la religión. La religión es una teoría científica para hacer durar el universo.
La ciencia, para existir, ha de apoyarse en una metafísica: la admisión de la realidad del mundo exterior. Puede un hombre de ciencia decir que no admite tanto; si es un hombre de ciencia, si hace investigaciones, procura leyes, obtiene resultados, cree prácticamente en la realidad del mundo, porque cree en la posibilidad de la investigación científica, visto que investiga científicamente. Lo que la ciencia hace para ser posible, lo hace la religión; sólo que con una extensión mayor y una superior misión humana.
De modo que, lejos de constituir un dique al espíritu humano, la religión, hablando más propiamente, constituye un canal, por donde él corre.
Dije que a esa objeción había dos respuestas. Cite la primera. Voy a dar la segunda.
La religión no sólo es la condición de la libertad de pensamiento, porque sea la condición de la libertad eficaz del pensamiento, sino porque es la condición de la función sana del pensamiento. Pero, además de todo esto, la religión es una educación del pensamiento, lo que la ciencia es sólo en cierto grado, y la metafísica en grado ninguno. Tener una religión implica en un individuo que se subordine a una realidad exterior a él, y, evidentemente, superior a él. Ahora bien, tal es, como luego se verá, la primera condición de la disciplina. Hasta aquí, bien entendida, la ciencia también llega, porque envuelve la sumisión a la realidad, a la naturaleza, que, como es más fuerte, es también superior. La metafísica es indisciplinadora por naturaleza, porque supone que el pensamiento puede resolver problemas esenciales, lo que además de falso –porque el pensamiento trabaja, al hacerlo, sobre determinados materiales, que él no crea, y por eso no puede verificar; hay siempre alguna cosa de dado, de anterior al pensamiento-, también implica una confianza excesiva en sí mismo.
Pero hay subordinación y subordinación. Está la del esclavo, está la del trabajador pago, está la del soldado que se alistó. Para ser una educación del pensamiento, la subordinación enseñada al individuo ha de ser la subordinación a una realidad que él no pueda propiamente explicarse, porque de otro modo caería bajo el pensamiento; a una realidad que él conciba como moralmente superior, porque si así no fuese ella sería concebida como inferior en cierto aspecto, dado que, siendo entes morales, los hombres siempre han de evaluar moralmente, y lo amoral redunda en inmoral; a una realidad, en fin, que sea al mismo tiempo una orientación, y esta palabra define todo. Pues la ciencia es una subordinación a la naturaleza, que es una realidad, pero no una orientación.
Si el individuo pudiera explicarse por el pensamiento una realidad, lo natural será que se subordine al pensamiento, y no el pensamiento y él a dicha realidad.
La religión elimina la hesitación en la vida; por eso es un poderoso tónico de la voluntad. La religión envuelve un equilibrio de las emociones, porque, como enseña vastas cosas humanitarias, enseña la emoción humanitaria, de donde, siempre que venga una emoción violenta, esa emoción trae consigo con qué dominarla.
Quisieran algunos filósofos, críticos del racionalismo, que la mentira fuese esencial a la vida. Se podría juzgar que, frente a la religión no es otra nuestra actitud, que la defendemos como a una mentira, o cosa incierta, que sea esencial a la vida. No es así.
Empleamos en todo este análisis un criterio utilitario. Importa que examinemos, ahora, qué especie de criterio sea éste. ¿Por qué defendemos nosotros la religión como útil a la vida? ¿Y ella no será más que una cosa útil a la vida?
Veamos.
Una cosa útil a la vida implica una cosa que lleva a cada ser a perseverar en su ser, consonante el frasear de Spinoza. Tal criterio, por tanto, es profundamente naturalista. De modo que llegamos a esta conclusión: aquel criterio que es el de cada ser instintivamente, que es el de la naturaleza a través de cada ser, ese criterio, cuando es aplicado racionalmente, esto es, cuando es filtrado a través de la inteligencia, justifica plenamente la religión. En otras palabras: lo que hay de fundamental en la naturaleza es la idea de utilidad, de perseverar en el ser; lo que hay de distintivo en el hombre es la inteligencia; lo que hay, por lo tanto, de fundamental en el hombre, como ser al mismo tiempo instintivo e inteligente, es la religión.
Se podría alegar, desde ya, que en todo este argumento se olvidó una cosa: no se hizo una afirmación de la verdad. Se partió de un criterio utilitario; pero no de un criterio de verdad.
Falta, pues, examinar qué es la verdad. Para que no se diga que, como hombres, tenemos la idea de verdad, a la cual no puede sustituir la de utilidad sin más explicación, en tanto que se haga filosofía realmente.
Ahora bien, la palabra verdad comporta sólo un sentido posible. Ser verdadero es existir; esto, y más nada. No es ser lógico; no es ser moral; no es ser compatible con esto o con aquello. Verdad es igual a existencia. Pongamos la cuestión, en lo que resta, en una reductio ad absurdum. Supóngase que la verdad no es la existencia. En ese caso tendremos que encarar dos hipótesis posibles: que hay verdades que no existen, y en ese caso no son verdades; y que hay cosas que existen y que no son verdaderas. Se podría decir que, para que haya error, debe en efecto haber cosas que existen sin ser verdaderas; sino no habría error. El error existe, en efecto. ¿Pero qué implica la noción de error? (La noción de error es mucho más compleja que la de verdad) ¿Qué hay fenómenos que se producen, y están errados? No: tal idea es impensable. Sólo, pues, que hay fenómenos que se producen y no son bien interpretados. Por tanto, que hay opiniones respecto de fenómenos que no corresponden a los fenómenos como ellos se dieron. Por lo tanto, que hay opiniones que implican que existe una cosa que no existe. Error, por tanto, es una afirmación de que existe lo que no existe. Verdad es, pues, existencia.
Ahora, lo que existe fundamentalmente en nuestra experiencia de la naturaleza es el instinto de conservación. El es el fenómeno que recorre desde reino mineral hasta el hombre, la tendencia, como dijo Spinoza, del ser a perseverar en su ser. El instinto de conservación es, por lo tanto, la Verdad. Su interpretación a través de la inteligencia es la interpretación intelectual de la verdad. Pero su interpretación a través de la inteligencia vimos que es la religión. La religión, por lo tanto, es la forma humana (por inteligente) de la verdad.
Vimos, pues, que la religión corresponde a la verdad. ¿Pero qué es religión? ¿A qué religión se alude? ¿Cómo nos entenderemos en el asunto, si ha habido tantas religiones en el mundo? ¿Es esto una defensa del cristianismo, o es una defensa del Budismo, del mahometismo, del sistema pagano? Si es de todos, ¿cómo conciliarlos? Si es de uno, ¿cómo excluir a los otros? Si la base de la exclusión, suponiéndola hecha, es un examen de lo que es útil a nuestra civilización, ¿qué criterio es ése, qué forma estrecha de criterio utilitario?
Lo que probamos, hasta aquí, fue que la religión, abstractamente hablando, corresponde a la verdad. Ahora, como hay, no religión, sino religiones, ¿qué se debe entender por esto, cómo se comprende esto?
Es evidente que el caso comporta (asentado como está en su base) tres soluciones: (1) que haya en realidad solamente una sola religión, de la que todas las religiones no son más que formas; (2) que haya una religión verdadera, de la que las demás, falsas, no habrían sido sino aproximaciones; (3) que todas las religiones son falsas, pero representan un camino hacía la religión verdadera.